La feria de la Feria y otros asuntos

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LURO VERUM

Por Rafael Navarro Barrón

“Desayunas con el secretario que se anda candidateando para la alcaldía; viajas en la Suburban blindada del jefe de policía; cenas con el Presidente municipal… y al final del día te regresas a casa en rutera, porque el carro amaneció ponchado y no te alcanza para la gasolina”.

Esa es la triste realidad de la mayoría de los reporteros mexicanos. En Juárez no es la excepción. A pesar de las penurias y de las luchas que sorteamos a diario, estamos en el renglón más bajo de credibilidad; nuestro trabajo, ética, profesionalismo y honorabilidad siempre están sometidos a un juicio desgarrador, lo mismo que nuestra vida privada.

No se diga la crítica ácida de los políticos en turno, de los empresarios pedorros que se creen cortados con tijeritas de oro. Para esos grupos sociales somos los ‘muertos de hambre’, los ‘chayoteros’, los ‘corruptos’, ‘los vendidos’… no hay tregua cuando se trata de adjetivar nuestra conducta profesional.

Pero cuando es a la inversa, la situación se torna distinta. Inmediatamente se presenta el descrédito a quienes escribimos la historia de sus vidas corruptas donde los ‘destacados’ inversionistas, políticos, militares, familiares cercanos a los gobernantes, policías y jefes partidistas aparecen en la primerísima línea de sospecha y a quienes se les demuestra fehacientemente sus triquiñuelas. Su vida y pensamiento rayan en la vulgaridad, pero son impunes a investigaciones y a la cárcel misma.

Hay muchos periodistas empobrecidos, sin servicio médico, sin pensiones vitalicias moderadas o modestas, pero abundan los políticos que empezaron su carrera con una mano adelante y otra atrás y ahora son prominentes ‘empresarios’ o personas ‘retiradas’ de la vida pública con un futuro prometedor para ellos y sus descendientes.

La gloria de un periodista dura poco, pero la bonanza de un político corrupto dura toda la vida y en Juárez abundan esos casos.

Recuerdo en la soledad de su oficina a Teto Murguía haciendo un repaso de sus excolaboradores en el Municipio de Juárez cuando fue alcalde en dos periodos.

Los apodos cáusticos que solo él se daba el lujo de poner a propios y extraños describían lo que fue esa carrera política de sus cercanos colaboradores. El exceso de sinceridad originó un diálogo circular donde el finado político reveló lo que públicamente se ocultó siempre: “todas esas bolas de cabrones se hicieron ricos a mis costillas y a costillas del erario público…y vea como me pagan, pinches culeros”.

Y aunque la defensa del finado político no es la intención de lo que hoy escribo, los relatos del pasado y del presente hasta poco antes de su muerte, referían los entretelones de la vida pública y la condición real de lo que es la clase política chihuahuense.

Políticos que aún viven, algunos de ellos gobernando, otros legisladores y otros en la banca, algunos de oposición y otros de su mismo partido, acudían por sus mesadas o por ‘préstamos’ que nunca pagaron y que tenían como fin sus carreras políticas.

Refería a hombres y mujeres por igual que pasaron por su oficina a solicitar apoyos financieros para su campaña y los nombres los recitaba como si fuera el poema de ‘Suave Patria’ de Ramón López Velarde. Los ejemplos abundan.

Ver el muro de los comunicadores caídos en la Plaza del Periodista nos lleva a comprender la tragedia de esos hombres y mujeres que un día soñaron con influir para cambiar la terrorífica ciudad en la que vivimos. Una metrópoli descompuesta por el crimen organizado, en el abandono, donde la corrupción y el saqueo es el tema diario sin que exista una entidad que frene el terrible robo al erario público.

Sí, digámoslo con todas las letras; el 90% de esos periodistas fallecidos, que orgullosamente prestaron sus nombres a los medios de comunicación de Ciudad Juárez, murieron en el abandono de las empresas que un día representaron.

Se fueron creyendo que la lealtad a los empresarios de la comunicación sería suficiente para que existieran mecanismos de retribución a largo plazo. Eso no ocurrió. Los negocios periodísticos, en muchos de los casos, ni siquiera pagaron las cuotas patronales al IMSS y al Infonavit. Engañaron vilmente a sus empleados.

Nunca se concretó la retribución legal, contenida en la Ley Federal del Trabajo, por laborar más de 8 horas; todo lo contrario: muchos periodistas fueron despedidos por exigir ese derecho.

El 90% batallaron en sus últimos días por un servicio digno de salud y toda una vida profesional por alimentar y dar educación a sus hijos o personas allegadas; ese enorme porcentaje nunca pudo utilizar un vehículo nuevo, aún con el olor a los plásticos de la agencia de automóviles.

Así como se oye. Muchos de ellos y ellas no experimentaron el deseo de tener una casa propia, de viajar al extranjero y conocer un nuevo país para concretar en la práctica lo que años y años escribieron como parte de la cobertura de las visitas a nuestra ciudad que realizaban los diplomáticos extranjeros.

Llegué a Ciudad Juárez en 1991. Dejé atrás la capital del Estado. En 33 años vi la involución económica, de salud, de degradación por la edad y la pobreza de muchos de mis compañeros periodistas; en contraparte, he sido testigo de la evolución económica, en abundancia, de políticos verdaderamente de tercera, mediocres, corruptos hasta la pared de enfrente y que navegan con bandera de honestos.

Y va el primer ejemplo:

¿Cuántos años se ha denunciado que la Feria Juárez es el gran escaparate para la corrupción de empresarios y políticos que meten sus pesuñas a la caja registradora?

Las ganancias reportadas son exiguas, frente a la enorme inversión que hace año con año el municipio para dar ‘alegría’ a los habitantes de la frontera. El problema es que no dicen quiénes serán los felices juarenses que gozarán de las mieles de una feria de pésimo gusto, inalcanzable para los pobres y sumamente corrompida.

La Feria se realiza cada año, con las mismas características de opacidad, con empresarios que solo cambian a rostro pero que están tan corrompidos como sus antecesores, con las mismas mañas y hambre del dinero fácil.

Cada año tocan la puerta los corruptísimos ‘empresarios’ que representan a los artistas de moda de una dudosa calidad artística, que promueven los antivalores, pero con amplia penetración en el gusto del público.

Ahora la moda es traer payasos alcohólicos a decir barbaridad y media, a sobajar a la mujer, a burlarse del público; lo que se ha convertido en una atracción social son los tiktoqueros, youtuber y los llamados influencer que están más vacíos que un guaje después de perder su verdor.

Todos deambulan entre los cobros debajo de la mesa y la evasión de impuestos al SAT. Allí es donde está la tajada. Ingresos millonarios se reparten entre representantes y organizadores de la feria que, a su vez, suben los precios a la par de las ganancias que genera el mismo pueblo pobre e infeliz, porque entre pagar a quienes cuidan el coche y la entrada para toda la familia, se sienten robados y maltratados en un festejo que es para ricos.

Y como práctica común la venta anticipada de puestos de comida o aquellos que se utilizan para la exhibición de productos, para la venta de cerveza y licor y para los juegos de azar, disfrazados de puntos de diversión.

El reparto de los puestos se realiza primero entre las personas cercanas al poder que andan muy jodidos o que se han convertido en un dolor de cabeza para los políticos y que los consuelan con un espacio en un lugar escondido y sin servicios.

Digámoslo así: Todos los puesteros, salvo los que están palomeados desde muy ‘arriba’, tendrán que pagar la cuota disfrazada de impuestos para poder trabajar sin ninguna restricción.

Y sigue y sigue la lista, como las ‘mochadas’ que tienen que otorgar los dueños de los juegos mecánicos. Allí no hay saque. La cuota millonaria les permite trabajar sin contratiempo alguno cobrando un dineral para que el público suba a las destartaladas atracciones, carentes de seguridad y de SW40.

Hará lo propio la mafia que mueve los juegos de azar donde nadie gana, que trabajan a la par con los dueños de las seudo diversiones como la casa del terror, de los espejos, de la mujer que se convirtió en culebra, de los animales fenómeno, que opera como la ‘cosa nostra’ moviéndose de feria en feria. Las reglas del juego las conocen a la perfección.

Nadie cuestiona la venta indiscriminada de cerveza y licor fuera de horario, pues es la feria de pueblo, ¡qué más da! La comida es excesivamente cara y mala, inalcanzable para los de abajo. Y entre comida y bebidas alcohólicas se mueve la otra mafia, los gánsteres de las concesionarias que pagan, y muy bien, por introducir una sola marca de cerveza, licor, refrescos de cola, hielo y frituras.

Años y años y no ocurre nada. Nadie favorece a la diversión juarense, porque desde arriba se cree que pagar 70 pesos por entrar a la gran feria, es una bicoca que cualquier paisano puede pagar.

En el universo corrupto donde viven, 70 peso representa una dadiva casi al nivel de limosna para el parquero que cuida un carro afuera del Shangrilá.

Y así el recuento de lo que es Juárez en su exacta dimensión. Cantinas y bares de la ciudad convertidos en verdaderos centros de consumo, no nada más de alcohol, sino de la droga disponible en el mercado. La oficina de Gobernación del Estado, está muerta, sin reportar por semanas un solo incidente que, de tranquilidad a los comensales tranquilos, no adictos, que acuden a esos negocios.

En Juárez operan infinidad de giros negros donde la policía municipal y los inspectores tienden sus redes de protección. Allí no hay permiso de uso de suelo, ni una licencia de operación. En esos lugares se otorga una concesión verba; los cobros son en efectivo.

La tienda de abarrotes más pedorra, allá en una colonia olvidada, tiene máquinas tragamonedas de apuestas, donde niños y adultos acuden a probar su suerte. Esos equipos trabajan al amparo de la Fiscalía General de la República y sin que el Estado y Municipio se metan, porque no es de su jurisdicción.

Y cuando se trata el tema, la excusa es la misma: que el crimen organizado está detrás de muchos negocios y que no es posible ir contra ellos porque los inspectores o los funcionarios pueden recibir represalias. Y el cuento no lo tenemos que tragar y hasta tener conmiseración de nuestros servidores públicos que arriesgan su vida por nosotros.

Se inventan mafias fantasmales para seguir con las cuotas impuestas y que todo mundo las conoce, pero es mejor su existencia a la monserga de las multas y el burocratismo oficial.

Pero los corruptos son los periodistas chayoteros, los ‘muertos de hambre’ son los que deberían ir al cadalso. Fusilamiento inmediato, por falsos y embusteros.

Como perros en carnicerías, están los elementos de la gloriosa Aduana. Se fueron los civiles, llegó el Ejercito y el asunto sigue igual o peor. El nivel de corrupción es muy parecido al de los años 70, 80 y 90. Por las garitas pasa todo lo que cabe.

Un carro chueco, 300 dólares por el puente de la Lerdo. Cuando pasan por las cámaras de videovigilancia los encargados de la garita voltean para otro lado, como si pasara el auto invisible del James Bond del futuro.

Y otra vez con el garlito de que el crimen organizado está bien metido y es peligroso frenar el ingreso de todo cuanto se quiera pasar a nuestro país por las garitas mexicanas.

Es cuando uno voltea a ver las instancias estatal y federal de la Secretaría de la Función Pública. La conclusión es la misma. Esas nefastas y tibias dependencias están hechas para perseguir a los pendejitos de las dependencias públicas que se dejan engatusar porque el inspector detectó el faltante de un lápiz; la auditoría estableció un terrible error en la compra de garrafones de agua.

Así es como trabajan, como valientes inspectores asusta pendejos que ponen plazos perentorios para salvar todas las irregularidades localizadas en las revisiones que se realizan.

Recientemente Abelardo Valenzuela de la esfera estatal, nos deslumbró con el aseguramiento de dos residencias, por lo menos una de ellas con alberca que el alcalde Pérez Cuéllar rentaba en 70 mil pesos mensuales y donde vivía con su familia.

Allí estaba el intrépido exregidor y exdiputado realizando su función de zar antidrogas, observando desde lejos, con unos lentes oscuros para pasar desapercibido, como se ejecutaba la acción judicial para obligar a Daniel Simón Pando Morales, el propietario de las dos mansiones aseguradas por la Fiscalía Anticorrupción, a soltar la sopa.

La acción de la Fiscalía se hizo en pleno proceso electoral para desinflar al alcalde que buscaba la reelección. Nada pasó, ni ha pasado, ni pasará.

El amparo solicitado por el arrendador fue negado por la justicia federal y, de acuerdo con Valenzuela, el caso está a punto de judicializarse.

Pando Morales fue jefe de Comercio en el mandato de Armando Cabada como alcalde. Y participó inicialmente en el gobierno de Pérez Cuéllar. Las menciones de la prensa acerca de los escandalosos ingresos del ahora investigado exfuncionario, se divulgaron ampliamente y nadie movió un dedo para frenar el saqueo que tanto Cabada como su compadre estaban realizando en el municipio de Juárez.

Durante el proceso electoral intentaron quebrar emocionalmente a Pando para que soltara la sopa y mencionara que una de las viviendas ya no era de su propiedad sino de Cruz Pérez Cuéllar, pero no fue doblado por la investigación y está a punto de enfrentar las consecuencias de la judicialización que podría, incluso, llevarlo a prisión.

Una pregunta seria: ¿Sabrá la gobernadora, exactamente, lo que anda haciendo el flamante zar anticorrupción? Los canales de información del Estado ¿habrán dado cuenta ya a la gobernadora y a su equipo de los ‘arreglos’ y acuerdos a los que llega el famoso Bayo Valenzuela?

Sería muy interesante que esa información pudiera llegar al segundo piso del Palacio de Gobierno. Por lo menos conocemos ya de un caso, perfectamente documentado en donde el zarito pidió una ayuda personal a cambio de evitar una desgracia mayor para la dependencia auditada.

Sin embargo, hay la sospecha de dos más que tiene que ver con dos exfuncionarios y un funcionario morenista en la esfera municipal. ¿Será el caso Pando? Lo escribimos hoy, en el mes de julio del 2024, para saber si hay por lo menos un deseo de llegar a la verdad y actuar contra el zar ¿anticorrupción?, más bien contra el zar corrupto.

Pero, el que sí está en prisión como todo un delincuente, es el periodista Antonio Pinedo Cornejo. En septiembre de 2018, una investigación periodística reveló que el entonces jefe del área de comunicación del gobierno de Javier Corral había autorizado adjudicaciones directas por más de nueve millones de pesos a una red compuesta por tres empresas que pertenecían al empresario Efraín Alonso (o Alonzo) Maldonado Delgado, pareja de Araly Cristina Paulina del Rocío Licón Atilano, directora de administración de la Coordinación encabezada por Pinedo.

En la red participaba también Abril Susana del Pilar Ruiz Licón, pareja sentimental de Pinedo Cornejo y hermana de Araly Cristina Licón.

La Auditoría Superior del Estado determinó en el Informe Técnico de Resultados de la Cuenta Pública 2018 (en la página 440) que dos contrataciones con la empresa Xtreme Sports –propiedad de Maldonado Delgado– por 4.1 millones y 800 mil pesos, respectivamente, resultaban en un potencial conflicto de interés dentro de la dependencia al mando de Pinedo.

Aquí viene lo interesante: la Fiscalía Anticorrupción del Estado de Chihuahua (FA) inició una investigación por el caso y en 2020 solicitó una orden de aprehensión en contra del ya exfuncionario, que evitó su detención gracias a amparos que, sin embargo, le obligaban a presentarse ante autoridades judiciales para continuar con el proceso penal en su contra.

Pinedo y sus coautoras “tenían la obligación de abstenerse de celebrar contratos adquisitivos (con las morales señaladas) ya que dichas empresas, tenían lazos familiares y conflicto de interés con los representantes de las mismas”.

Conocí a Antonio Pinedo Cornejo en 1982. Él era en esa época parte de la naciente generación de informadores juarenses que se encargaron de escribir la nueva historia del periodismo en el norte del país.

Toño Pinedo fue, y seguramente sigue siendo, un periodista intachable. Posiblemente, la única debilidad que lo puede acusar es la confianza excesiva a Javier Corral Jurado, el político más perverso, cínico y traidor, aún peor que el vulgar ladrón de César Duarte Jáquez.

En otro tema, creo que todos hemos sido testigos del exceso publicitario en el que ha incurrido la diputada y próxima senadora Andrea Chávez, conocida -valga la burla- como el ‘relevo generacional’ de los viejitos meones que nos gobiernan actualmente.

Ese mal llamado relevo generacional es digno de análisis. Nos preguntamos ¿Cómo puede una mujer tan corrupta y tan sonsa, darse esa vida de lujos y excesos? Lo peor es que no hay una sola investigación en su contra, sino por el contrario, una parte de Morena la observa con simpatía, pero otra ve en ella la desmoralización de la política partidista.

Y allí está en los anuncios publicitarios anunciando su triunfo y antes su candidatura y antes su precandidatura. Andrea es la típica morenista ‘lengua de hacha’ que repite como perico los dichos aprendidos de su guía político. Habla porque tiene lengua, pero es una política carente de ética.

En los últimos días se está manejando como una posible candidata al gobierno de Chihuahua. ¿Es en serio? ¿Chihuahua se merece a alguien sin el más mínimo sentido de la ética política?

Estoy cierto que la política cambia todos los días. No soy un ingenuo, pero tampoco podemos permitir, desde la trinchera periodística, callar lo que observamos cuando tenemos un futuro que puede resentir situaciones más graves de las que ya tenemos por creer que los relevos generacionales, huecos y sin sentido de responsabilidad, pueden venir a cambiar el entorno social, político y económico de nuestro Estado.

Si esa figura política deformada por la vanidad, los aplausos y el exceso de confeti quiere ser gobernadora que primero conteste las enormes dudas que todos tenemos respecto al financiamiento de su vida política, personal y de su irracional actividad publicitaria, pues ha gastado más en difundir su imagen que en llevar comida a la Tarahumara, si es que algún día lo ha hecho.