Cómo narrar una historia en Juárez

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LURO VERUM

Por: Rafael Navarro Barrón

“¿Pues qué no sabe quién soy yo, pendejete?” El agente de vialidad lo miró a través de sus raspados lentes, imitación RayBan, albergando en su cabeza un casco oficial que, según el cuidador del orden vial, pesa un kilo y medio y en tiempo de calor es como traer en la espalda la losa del Pípila.
De acuerdo a las reglas internas de la corporación, los agentes tienen que llevar ese armatoste en las cabezotas de chorlito. Forma parte del uniforme oficial que la honorable dirección de Vialidad de Juárez les vende a sus motociclistas para que puedan realizar su labor de cuidar y proteger a los ciudadanos.
Porque en Vialidad nada cambia desde hace años. Hasta la administración pasada todo se vendía, todo se ofrecía a cambio de privilegios. Una moto, 2 mil dólares; un auto, 3 mil dólares; un mejor sector, 2 mil dólares. Todo en dólares, constantes, sonantes que salen de las mordidas, de la corrupción. ¿Los beneficiarios? – en la pasada administración, no sé en esta- eran los comandantes de distrito.
Haciendo historia, todos los comandantes de la corporación viven bien, tienen residencias de lujo, autos modernos, negocios y excentricidades. En un trienio logran la ‘jubilación’ al garantizar una bolsa de dinero para todo el resto de su vida. Para aparentar, camuflan la buena ventura y se protegen al argumentar que trabajan para un grupo delictivo, que en su paso por la corporación fueron una especie de ‘halcones’ de lujo.

FOTO: NORTE DIGITAL

El uniforme es el distintivo del agente motorizado, hasta las mamonas botas, que les llegan hasta las rodillas y los hacen caminar como el santo de la fe católica, el prócer de los campesinos, el mismísimo San Antonio Labrador, el que “quita el agua y pone el sol”.
“No, no sé quién es usted, caballero, pero usted acaba de subirse al camellón, pisó las vialetas, derribó dos barriles de plástico y se está faltándole al respeto a la autoridad, me acaba e llamar pendejete”.
Los barriles forman parte del inventario de la empresa constructora morosa, abusona, culera que contrató y dio el diezmo a Gustavo Elizondo, el ex secretario de Obras Públicas del Gobierno del Estado. Son un estorbo a la vía pública al igual que las barreras de cemento que abundan sobre la panamericana.
Algunos barriles se utilizan como preventivos para cubrir los enormes baches que dejó la lluvia y que heredó Armando Cabada, el ahora flamante diputado federal, un ‘juanito’ que se aferró a ser legislador para huir de la vergüenza de ser el peor alcalde que ha tenido Ciudad Juárez.
El agente de vialidad sudaba a borbotones. Parecía el padrino de la fiesta un día después del bodorreo, todavía le salía el alcohol por los poros, por eso el “pendejete” le caló hasta en el hígado, donde el alcohol pegó como patada de mula un día antes.

FOTO DE NETNOTICIA

¿Pendejete yo?, dijo para sí. Entonces miró hacia el norte de la ciudad, para el sur, para el este y para el oeste. Y allí, frente a sus narices vio pasar al X2, cuando la temperatura llegaba a los 35 grados Centígrados a la sombra y 37 al sol. Por eso cada vez que el agente de vialidad veía a su comandante se cuadraba y, entre dientes, le mentaba la madre.
El X2 es un cachetón que casi siempre huele a lonche. Le gustan los laguneros, con aguacate y mucho queso. El desalmado comandante, por la ley universal de sus tanates, sin consultar al X2 (Coordinador Operativo), puso al agente de nuestra historia en ese pesado crucero para que todos sus compañeros de trabajo se burlaran de él cuando transitan en peregrinación a los burritos Crisóstomo, que están más adelantito.
El caso es que en el mencionado crucero, el conductor del auto azul compacto, con placas nacionales, ya había pendejeado 50 mil veces al agente de vialidad que, como un distractor, había sacado de la cajuelita de la motocicleta el block para hacer la infracción, pero al analizar los motivos, no le cuadraban las posibles causas de la multa.
“Ahh Cabrón”, pensó en voz alta y “¿Qué le pongo?”. No podía endilgarle que invadió el carril del malhecho sistema de transporte que el babosote de Javier Corral le heredó a Maru Campos; y la razón fundamental es que el Bravo Bus, en honor al mediocre equipo de futbol que representa a Ciudad Juárez en la suprema liga de futbol mexicana, no está funcionando aún.


Lo que insulta es ver a los trabajadores de la empresa constructora rascarse la parte baja de su vientre, mientras se toman la coca cola, devoran semillitas de calabaza, porque el jefe de obra no les llevó el material; porque el maistro albañil está inconforme con el pago retrasado; porque los funcionarios que se robaron el dinero están muy contentos en casa sin rendir cuentas.
Y como todo es simulación en la frontera y nunca, nadie va a la cárcel por sus malas acciones, por sus actos de latrocinio. Para nuestra desgracia, no hemos visto a un solo alcalde en la cárcel como sucedió en la ciudad de Chihuahua.
Todo se cubre y se encubre, impunemente. No ocurre lo mismo en Chihuahua. Varios ex alcaldes de la capital han estado bajo proceso judicial o en el Cereso. Los nombres abundan: Rodolfo Torres Medina, Gustavo Ramos Becerra, Javier Garfio Pacheco, Marco Adán Quezada.
En Juárez los corruptos ex alcaldes abundan pero no están en la cárcel, ni los funcionarios estatales. Andan huyendo, entre comillas, Everardo Medina; libraron la cárcel los ex presidentes de la Junta Municipal de Agua y Saneamiento, que saquearon la descentralizada. Nunca se procedió contra los ex alcaldes priistas y panistas de la frontera acusados de ser mega corruptos.
Gozan del dinero robado y hasta aspiran a cargos de elección popular como si hubieran hecho una gracia al robar, robar y robar. Inmundos pillos.

FOTO: diario.mx

¿Entonces?, No invadió nada, señala el agente Vial hablando para sí. Subirse al camellón tampoco era infracción, pues no lo dañó, no ofendió al follaje porque el huevón ex alcalde de Juárez, sí, Cabada y su sucesor, les vale madre las plantas y no las riegan.
Toda la Avenida Tecnológico-Panamericana es un cementerio de árboles secos, de plantas que no crecieron porque nunca las regaron. Daniel Pando, a quien varias voces acusan de ineptitud, negligencia y corrupción, fue premiado después del desastroso paso por la dirección de Servicios Públicos, ahora es el director de Comercio. El perro cuidando la carnicería.
No tiene vergüenza, ni él ni quien lo nombró en Comercio. La ciudad está en pleno abandono por su causa, por su negligencia y ahora premiado en la dependencia más sensible y corrompida del municipio.

Pero el agente de vialidad está empecinado, analizando las infracciones al influyente del carro azul, el que le dijo pendejete.
El impaciente influyente está mirando por el retrovisor al agente de vialidad que hace como que escribe y raya la parte de cartón que trae la libreta de infracciones para comprobar si la pluma marca ‘Bic’ todavía pinta.
“¡Ve y dile quién eres!”, apura la mujer que acompaña al infractor vial. “Saca tu credencial y dile quién eres… ¡Está haciendo mucho calor!”.

FOTO: NET NOTICIA

El influyente se baja del vehículo y a lo lejos descubre a unos herreros que han cerrado la calle para volver a soldar las rejillas que están sobre el pavimento, justo frente al Parque Central, frente al pozo de absorción que, en ese momento, ofrece un espectáculo de fuentes, revoloteando al aire; aguas contaminadas con basura, pipi, caca humana, de pájaro, de pato, de tortugas, de todo lo acumulable y arrastrable por la zona, pero la gente se goza al verlas.
“Los herreros”, dice don Carlos, un vendedor de naranjas que estrena una parte del crucero, “han hecho puras pendejadas”. Y sí, han tenido que soldar una y otra vez las alcantarillas que tienen meses en compostura. Bendito gobierno corralista.
Y allí está el agente de Vialidad, que en un rápido razonamiento, vital –diría yo-, decide preguntar a don influyente, que se acaba de bajar del auto, colocándose un cubrebocas quirúrgico, quién es. Antes de hacer la infracción que no es infracción, tiene que sondear con quién se está metiendo y más ahora, que el X2 ya lo trae de encargo.
Piensa cómo le va a ir con el X-1, con el mismísimo César Tapia, el nuevo jefe, el hijo del profesor que ahora intenta poner orden en la dependencia.
El agente vial piensa en el X3, el comandante de distrito que es un ‘sana ba bitch’ (se pronuncia sana-va-bichi); el X4 que son los coordinadores de distrito; los X5, los otros agentes de vialidad que se burlan de él y de allí todas las X que se les ocurra, así de mamelucos son los de Vialidad.
La unidad, una motocicleta por la que tuvo que pagar 2 mil dólares y mocharse con el comandante, está más caliente que un enfermo de Covid.
Frente a él está el influyente. Lleva en sus manos una credencial. El fondo blanco, el color azul sobresale en las manos del conductor que está frente al agente vial.
“Soy periodista”, dice don influyente. “¿Editorialista?”, pregunta el agente ahora con la credencial en la mano. “Yo escribo editoriales, una vez por semana, los domingos”; “¿Pero me llamaste pendejete?”, cuestiona aún indignado el representante de la corporación más corrupta de Juárez.
Entonces, es cuando la escena se vuelve obvia y allí estoy yo como testigo de un hecho sui generis que se registra en el desgarriate vial que nos heredó la pasada administración estatal.
La unidad compacta, color azul marino, está aún detenida, a un lado del camellón de la avenida Tecnológico, con dirección de norte a sur; se enredó en las vialetas amarillas mal colocadas.
Me dice el agente de vialidad que es como el quinto a sexto choque del día. Rosones, raspones, choques de defensas, amagues, cafres metiéndose en las largas filas. Es el pan de cada día.
El influyente recibe la ‘atención’ del agente vial, sube al vehículo y se va rumbo al sur, después de 10 minutos de estar bajo el sol. Cuando enfila su rumbo atrás queda el agente atribulado pensando que las cosas cambiarán con el nuevo gobierno. Y así estamos todos, pensando lo mismo, creyendo que no han cambiado las cosas, pero que cambiarán tarde o temprano…