La asunción de María

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LURO VERUM

Por Rafael Navarro Barrón

El cabello al aire, ese tono beige cremoso salpica al aire con discreción, para que las imágenes que están inundando las redes sociales y las memorias de los teléfonos celulares que pululan en la Plaza de la Equis, inmortalicen el momento.
A un lado de María Eugenia Campos Galván, la nobleza se amotina. Abajo, los plebeyos aplauden, aplauden, aplauden, se emocionan. ¿De qué?, de todo. Suspiran y se erizan por ser testigos de la historia. Están contentos por ser ‘invitados de honor’, tratan de olvidar al tirano mamón que acaba de dejar la silla de gobierno.


Las frases hechizas de la primera mujer gobernadora de Chihuahua son como un bálsamo para la política estatal. El respetable está encantado. No cantan, gritan el himno nacional guiados por un tenor chihuahuense.


A lo lejos, una turba de morenistas- dicen que enviados de Juan Carlos Loera de la Rosa- echan a perder el momento. La diva poco se incomoda, sigue su fiesta. Los gritos no cesan, las ofensas salen de más de cien bocas que repudian a la nueva gobernadora.
Sin ningún rubor, los gritos se dirigen a quienes llegan como invitados de honor. “¡Fifis!”, “¡Facistas!”, los rugidos no cesan. A la nueva gobernadora no la bajan de “ladrona”, de “duartista”.


Mil 200 invitados son testigos del mal momento. La crema y nata está incómoda. Les molesta la chusma, pero es el precio de la democracia.
El clero influyente guarda sus mejores rezos para otro día, hoy están como cualquier hijo de vecino. El arzobispo de Chihuahua, don Constancio Miranda, llegó a Juárez con el peso de haber sido el ministro que casó a Peña Nieto con la Gaviota y de aparecer en la ‘nómina secreta’ del vulgar Ladrón; la misma carga pecaminosa se cierne sobre José Guadalupe Torres Campos, el obispo de Juárez, también presente.
La milicia, con más seguridad que un narco de Sinaloa llegó temprano a la X. Lista de honorables no podía dejar fuera a los empresarios del momento, a los dueños de Juárez. A los montoneros.
También llegaron los “sin chamba”, parecen solicitar, como plañideras, “una oficinita por el amor de Dios” y qué decir de los periodistas que, desde el público, hacen ojitos a los nuevos inquilinos del Palacio.
Es un nuevo tiempo para Chihuahua, para todos. Y allí está ella, la Maru de los chihuahuenses, la que hizo rabiar al huevón de Javier Corral Jurado quien, como la Cenicienta, perdía su vestido de noche, sus tacones de lujo, su diadema y su carruaje blindado que, a las doce en punto de la noche, se convirtió en una calabaza gigante… los fuertes y lustrosos caballos acabaron siendo unos inmundos ratones.


Corral llegó rabioso a palacio, enfermizamente iracundo. Se quiere ir antes de firmar los documentos que acreditan la entrega-recepción, pero el show no le sale. Es el momento crítico que vive todo político en decadencia. Se le llama la crisis del último día y el ex gobernador vivió ese duro momento.
En el último encuentro entre Corral Jurado y Campos Galván, el saliente y la entrante, se miraron a los ojos, frente a frente. No hay plazo que no se cumpla. La dama no perdió su nivel, pero por dentro, como todo ser humano, bien le dijo: “¡Mírate, miserable payaso…mírate, acabado, con tu cara de caca… ¿y tu ego?, limpiando el salón Rojo del Palacio que creíste eterno!”.
Y el cara de caca, deseando un tequila, un alipús, hasta el vino tinto que produce Eloy Vallina, lo que sea, porque el momento, la amargura, el dolor, la humillación, lo amerita.
Luego la despedida. El huevón camina por última vez por el pasillo del segundo piso. Ya no se le autoriza entrar a su oficina, porque hace unos minutos dejó de ser el gobernador de Chihuahua. Ahora, ensimismado, con los pocos sirvientes y familiares con los que llegó esa última noche, se despide de su castillo, de su fortaleza.
“Hijos de la ching…”, dice entre dientes. Luego el regreso a casa, en el más completo silencio, sin responder ya las llamadas telefónicas porque son como dagas que salen del aparato electrónico. Los cercanos tienen pena hablar con él. Han decidido unirse al silencio.
Ha llegado la noche del siguiente día. ¿El escenario? La equis del escultor camarguense, Sebastián, pero que parece más el monumento del ex alcalde Héctor Murguía. Maru Campos estrena un saco blanco, con botonaduras doradas y muestra al respetable un rostro renovado, con un ligero maquillaje, que da la impresión de un dorado tenue; es su noche, es la primera mujer gobernadora del Estado de Chihuahua.
Es como el fin de una película épica, esas que abundan en Netflix. La mujer que debería de estar pintando rayitas en la pared de una prisión estatal, ahora está levantando el brazo derecho, jurando sobre las leyes de nuestra máxima legislación mexicana, “guardar y hacer guardar las leyes que de ella emanan”.


En el épico momento en Juárez, la nueva soberana está rodeada de su séquito. A sus espaldas, la corte; abajo los vasallos que abundan, que han venido de todos los lugares de la nación.
Es como todo inicio. Como todo lo que emprenden los políticos mexicanos. Es el sexenio de Maru Campos, la ex alcaldesa de Chihuahua. Su primera pincelada, es su equipo de trabajo, una abierta decepción.
El pluralismo político, la visión integracionista para dar paso a un gobierno de transición, ajeno a las suspicacias, se perdió en el camino. A la priista Lilia Merodio la mandaron a atender los asuntos rurales. Consolación pura. La ex senadora aceptó gustosa.

Entonces la Maru nos dice que Juárez es prioridad y solo un juarense de cuña en el gabinete mayor, el ahora secretario de Educación y Cultura, Javier González Mocken. Nadie más. El resto es el equipo de la ex alcaldesa.
Las decisiones molestan, muchos panistas y priistas que se ensuciaron el huarache en la campaña, rechazan al nuevo ‘representante del gobernador’. Ni tiene el perfil ni tiene el tamaño ni tiene meritocracia, dicen los detractores.
Oscar Fidencio Ibáñez es la primera piedra en el zapato de la primera gobernadora chihuahuense. Pero así es la política, en gustos se rompen géneros y en las decisiones que se toman por amiguismo siempre existe la duda, la desconfianza, la falta de honor a lo que se dice en el discurso.
Y de aquí en adelante, la historia se llama Maru Campos.