La posada de Loera

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LURO VERUM

Por Rafael Navarro Barrón

La dentadura de Juan Carlos Loera de la Rosa parece que brilla con la luz directa que emana de una de las lamparitas de uno de los salones del hotel María Bonita. Es sábado y está rodeado de reporteros y ‘legos’ en el trabajo de la reporteada.
En la mesa, cosa ya común, están incondicionales de los políticos que intentan pasar como periodistas que, en los reinos de la Edad Media y el Renacimiento, habrían realizado un excelente papel de bufones y, en algunos casos, pudieron estar acostados en las camas reales haciendo la función de eunucos al servicio de las hormonas de Su Excelencia.
El delegado de Bienestar parece confesarse, deberíamos ser más específicos, le urge confesarse. En la punta de la lengua, ese pequeño órgano que juega todos los días la peligrosa misión de no acercarse a los dientes del político, está la verdad que no ha revelado.


No es un político común. Este hombre de la 4T rompe todos los esquemas de los emisarios de la vida pública. Quiere ser como su líder moral, pero no le sale. Se queda en un intento porque lo que ignora es que el inquilino de Palacio Nacional tiene años ensayando gesticulaciones, frases, respuestas, formas de convivencia social. Sabe cuándo dejar que un niño lleno de mocos le embarre la guayabera en una de sus giras por los lugares recónditos del país; entiende la convivencia de acercarse a los indígenas y dialogar con ellos y prometerles justicia. Una acción muy estudiada. AMLO ha recibido el bastón de mando 800 veces y ha juntado tantos palos que pudiera hacer una gran fogata en los jardines de su residencia oficial.
Juan Carlos Loera va a la sierra tarahumara y dialoga con nuestros indígenas. Quiere hacer lo mismo que el político tabasqueño. Convivir con los rarámuris lo hace sentir feliz, realizado. Es muy jodón llegar con los camiones de Bienestar, con los logotipos federales y repartir la cobija, la despensa, llevar los huevones médicos que se rehúsan vivir en la sierra de Chihuahua, para que tomen los signos vitales y metan el dedo lleno de cayos en el oxímetro.
Juan Carlos mira todo eso como una novedad y se siente AMLO.
Pero el día en que el delegado de Bienestar celebra que los ‘santos peregrinos anda peregrinando por la Tierra Santa’, su rostro parece desfallecer ante el pasado inmediato. Está del nabo que nadie le crea que es el autor de un libro que nunca se convertirá en Betseller pero que ayuda mucho en el currículo. La historia, la política, los electores, la realidad, los traidores, los gachos, los simuladores, le enseñaron que para ganar una elección no sirve de mucho el dinero o ser amigo del presidente.


Las posiciones políticas, la tozudez, la defensa ultranza de su partido y del presidente, pesan al final como una lápida. La anticampaña que aplastó políticamente al delegado de Bienestar cuando fue candidato a la gubernatura, lo hizo garras.
Aun así, aclara que no se arrepiente de las declaraciones que realizó en el tema del agua y los productores agrícolas de la región centro-sur del Estado. Dijo que lo habían malinterpretado.
Un grupo de periodistas acudieron a la ‘posada navideña’ del delegado de Bienestar. Es casi el inicio del mes de diciembre y el representante de la 4T convoca para celebrar la fiesta máxima del catolicismo, el nacimiento de Jesús, el Mesías, en una cuna pobre en Belén, ahora región de Cisjordania.
Contradicciones de la vida: la 4T promueve el aborto, las uniones entre gays y lesbianas; tiene en la cruz a cuatro obispos que pidieron no votar por los que promueven el asesinato de niños en el vientre de la madre; estimula a las infancias trans, cuna de abusos sexuales; estimula a los pedófilos que abundan en la izquierda y en Morena y está a punto de formalizar una ley para que a los nefastos y perversos adultos que acosan a niños y niñas con fines sexuales, se les considere como individuos que son afines a una diversidad sexual.
A pesar de esas aberraciones, el máximo representante de la 4T, Loera de la Rosa, celebra anticipadamente la navidad con especial ahínco, riéndose, mostrando su gruesa sonrisa porque, de acuerdo a la tradición, el 24 de diciembre de conmemora el nacimiento del precursor de la doctrina que él y su partido violan con toda la flagrancia a su alcance.
Quienes lo observan dicen que no es el mismo Juan Carlos de siempre. Algunos analistas previenen que no se confíen porque sigue siendo el ‘dedo chiquito del presidente’, aunque en los hechos le desvalijaron la delegación de Bienestar y le sembraron gente no afín al excandidato.
A eso hay que agregarle el rompimiento sentimental con Ariadna Montiel la súper poderosa subsecretaria de la Secretaría de Bienestar.


A Loera se le ha ido ese brillo singular que adquieren los políticos cuando están en las grandes ligas, pero que pierden cuando el resultado de una elección no les favorece.
Ahora está en los chats cayendo en las provocaciones de los baquetones que lo incitan hablando mal de la 4T y de su presidente. Escribe editoriales que, sin menoscabar su contenido, parecen tesis de escuelas preparatorias sacadas de Google.
En la hora de las confesiones, se queda mudo, prefiere callar cuando se le pregunta si participará en el 2024 en la búsqueda de la alcaldía de Juárez. Ríe, está nervioso con la pregunta.
Muestra un obvio interés. La respuesta es casi ‘sí, iré por la alcaldía de Juárez’, pero decirlo, a estas alturas, causará estragos en el hígado de Cruz Pérez Cuéllar que sufre con las noticias adversas.
Los razonamientos de Juan Carlos, sus respuestas, el sudor en la frente, su ansiedad, todo lo delata ante la insistencia de preguntas que responde con la jiribilla de un político lastimado, dolido, que no está a la altura de las circunstancias, porque el duelo de la elección pasada aún no concluye.
En la más discreta secrecía, en respuesta a aquella bufonada del actual alcalde, que en lugar de levantar la mano de Loera, echo cacayacas al entonces recién elegido candidato a gobernador, el relevo de Cruz se prepara.
El alcalde no lo sabe pero existen evidencias de todo tipo que delatan su traición a los ‘principios’ elementales que rigen las reglas no escritas de Cuarta Transformación.
Se documentan los movimientos del hermano incómodo, Alejandro Pérez Cuéllar; el nepotismo de algunos funcionarios; las cuentas que pululan en la mesa de la síndica, que es más larga que la cuaresma y sabe con quién jugársela; las declaraciones de ‘testigos protegidos’ que están asustados y prefieren actuar como ‘halcones’ desde sus cargos públicos municipales.
Y luego esas historias que se están armando y que son anécdotas inconfesables que ya se saben en los altos niveles morenistas. ¡Apenas con 4 meses en el poder!.
En aquella posada del pasada sábado, los comensales advierten que Loera es el mismo halo que mostraba Jesús Macías Delgado cuando el gobierno federal le ordenó ‘perder’ la elección, callarse, no pelear, no decir nada a la prensa ni acudir a los tribunales electorales. Contra viento y marea, el panista, Francisco Barrio tenía la consigna de asumir el poder en Chihuahua.


El ‘Asesino de Palacio’, título del libro proscrito en el sexenio de Salinas Gortari, el mismísimo orejón de palacio, el pelón al que ‘el gordo’ Pesqueira Olea le puso una peluca en una fiesta de gabinete, el rey don Carlos, ordenaba al gobernador Fernando Baeza, al ex alcalde Macías, a la estructura del PRI, obedecer la orden.
Chuy Macías se encerró. Meses después, el ex alcalde de Juárez salió de aquel momento gris, su mente estaba confundida, su ánimo carente de todo sentido.
Además no quería regresar a la alcaldía porque la presidencia municipal estaba quebrada y el alcalde interino se estaba, literalmente, desmoronando de angustia y desde el despacho, sin ninguna hoja en el escritorio, el médico Carlos Ponce Torres gritaba que lo sacaran de aquella prisión.
El paso de Chuy era taciturno, perdió la jovialidad y con una falsa alegría recorría los lugares públicos; comía en el restaurante Montana; pasaba horas en el Shangri La, que eran los comederos de moda.
Explicaba lo ocurrido en el proceso electoral que tuvo como colofón la noche de las elecciones que tuvo que acudir a la casa de campaña de Pancho Barrio y dejarse tomar una foto para mostrar al presidente Salinas que, con gusto, como estoico priista, aceptaba la derrota.
El mismo tono de voz apagada, desesperanzadora, llena de altibajos fonéticos. Aquel hombre regordete, con cara de vaca Hertford, el finado Artemio Iglesias, explicaba, vía telefónica, desde su departamento de la Ciudad de México que no era el afortunado para la candidatura a la gubernatura. Era precisamente Jesús Macías Delgado el elegido. No estaba acostado, todo lo contrario. Contestó la llamada desde un sillón reposet con sus pantuflas puestas, la pijama a cuadros y una camiseta gruesa, conjunto del guardapedos que usaba cuando hacia frio.
El filósofo de Rubio declinaba a su peculiar intención de declamar las frases pintorescas que se aprendía de memoria y, a cambio, espetó unas líneas derrotistas al no favorecerle la candidatura a la gubernatura estatal.
“Simplemente no me favoreció…eso es todo”, dijo el Filósofo para concluir con la frase, hasta hoy repetida como un estribillo religioso, “en política hay que estar preparados para ser, no ser y dejar de ser”.


Luego, pasados muchos años, fuimos testigos de la historia de otro político, Héctor Murguía Lardizábal que, al ser engañado por el PRI, que todos los días le abría la puerta de la esperanza, teniendo como promotora principal a la líder nacional del PRI, Beatriz Paredes Rangel, se desplomó y acudió al refugio de los desterrados. Otro muerto viviente.
‘La Beto’, como se le conoce en el argot priista, mantuvo a Murguía con la esperanza de que sería quien abanderara la candidatura del PRI a la gubernatura. Nada de eso. La ambición genera ingenuidad, por eso en el crimen organizado se asesinan con cierta facilidad a los capos, porque acuden a negociar, creyendo en la buena fe del contrario y terminan con un balazo en la cabeza.
Meses después, confesó, “que ser desechado, en política, cuando se está en la recta final, o perder una elección, envejece a los aspirantes y, a algunos, hasta los enferma”.
La historia remojó también a Enrique Serrano Escobar. El poder político de César Duarte dejó a su incondicional ex alcalde de Juárez en la candidatura al gobierno del Estado.
La faena tricolor parecía fácil, pero la sombra corrupta de Duarte desvalijó al PRI y a su candidato y dio entrada al mitómano del panismo, Javier Corral que, en un dispendio de mentiras y verdades, obtuvo una mayor votación que el priista.
En el tiempo actual se sabe que hay una gestación real para fortalecer la campaña de Loera de la Rosa a la alcaldía de Juárez. Ese rostro de aparente contentamiento es el que sirve en política para esperar los ‘mejores tiempos’. Además, esa sonrisa, ese rostro de madurez, sirve para las fotografías oficiales, para recibir al presidente de la república y decirle que todo marcha bien por Chihuahua, para confesarle a su amigo que quiere ser el próximo alcalde de Juárez.
Después de las contiendas políticas, el excremento se barre y se sopletea con una buena dosis de cinismo. La sonrisa se saca a flote para engalanar las redes sociales y presentar el rostro amable de la camaradería política.
Los discursos afloran: “por el bien de Chihuahua”; la “unidad es determinante contra la violencia”; “las campañas quedaron atrás, es tiempo de construir” y todas esos mamotretos retóricos que nadie cree.


Otro filósofo, el maestro Alberto Aguilera, mejor conocido en los mundillos LGBTTTQ+ como ‘Juan Gabriel’, dijo con gran certeza a la pregunta de si era homosexual que “lo que se ve no se pregunta”.
A Loera de la Rosa no hay que preguntarle si se ha hermanado con Pérez Cuéllar, “lo que se ve no se pregunta”. Basta la anécdota, esa que se deriva de la pregunta “¿En el pasado proceso electoral, tú y Pérez Cuéllar trabajaron juntos?”. Y luego la respuesta, espontánea, sin acotamientos, sin ocultar lo que piensa el súper delegado: “No, cada quién por su lado. Juntos, ni Dios lo mande”.