Las almorranas del jefe de Transporte

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LURO VERUM

Por Rafael Navarro Barrón

El hombre era bajo de estatura, con un bigote cuidado de años. Cara redonda, catedrático de una institución de enseñanza superior. Alcohólico y de tanta bebida embriagante padecía almorranas por lo que su esposa le había recomendado, a diferencia del médico, que utilizara una toalla sanitaria donde el cuerpo se arruga.
Fue nombrado director de Transporte en los años del PRI. Tenía los suficientes méritos éticos para ocupar la dependencia más corrupta del gobierno, después de las corporaciones policiacas.
Qué desgracia de individuo. Un día el gobernador no le respondió el teléfono y el hombre decayó. Olvidó los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos; su voluntad se derritió como una vela en funeral y creyó que el Zeus que gobernaba en Chihuahua lo quería fuera de la dependencia.
La paranoia le causaba estrés y el estrés le originaba estreñimiento. De allí las almorranas que eran un martirio para su vida. La ‘kotex’ lo hacía caminar con dificultad pero era una forma de alivio a aquella tremenda comezón y dolor agudo que muchas noches le arrebataban el sueño.
Cuando bajaba de la alta camioneta que conducía, paraba el trasero y caminaba casi de puntitas. No se resignaba a utilizar las botas de piel de avestruz baby, color negro, que lo hacían verse un poco más alto del 1.60 que medía y que le generaba tantos complejos.


A la menor provocación estresante, el licenciado regresaba al alcohol. Bebía a escondidas, evitaba que la familia lo viera porque siempre era lo mismo. No faltaba la mujer que lo tonteara y le diera consejos que, literalmente, entraban por una oreja y salían por otra.
“Te vás a morir como un perro; dijiste que ya era la ultima vez; qué diría si te oliera el gobernador con ese aliento de león; después no te quejes cuando te esté sangrando la cola…” y todas las peroratas que provienen del fondo del corazón de una mujer agraviada por ‘Don Pedro’, por ‘San Marcos’, por el ‘Viejo Vergel’.
Y los hijos, desesperados, llenos de frustración. Cuando veían a su padre beber como Cosaco después de la guerra, se desvivían en conejos, en ilusiones guajiras e inútiles con aquel catedrático admirado y querido entre el alumnado, a quien apodaban ‘beodo’.
La historia que cuento fue real, pero omito nombres y las circunstancias del tiempo porque el aludido ya falleció y los personajes políticos son llorones y aún viven, engañan y son unos gañanes llenos de complejos y patanerías.

Eleazar Lara

La historia refiere el amanecer de una mañana fría, el periodista Eleazar Lara dirigía el Noticinco con aquella espectacular sección ‘Mientras Usted Dormía’ que era el compendio de lo que acontecía en Ciudad Juárez y que consistía en grabar cuanta malandrada y accidentes se cometían en la madrugada.
Un chofer imprudente, borracho y drogado, se había estampado contra una barda y el camión se desplomó en un vacío haciendo añicos el techo de una casa, allá en la Fronteriza Alta.
El comentario del periodistas levantó ámpulas en la frontera por eso empezaron a llamar los televidentes de todas las colonias, hasta de Samalayuca y el Valle de Juárez. Hicieron gala de la indignación, de la corrupción en el Transporte, de los borrachos, gandayas, groseros y sátiros choferes que “no se paran para que suban a la unidad los discapacitados; que no dan el cambio completo; que no suben a los de la tercera edad; que manejan como energúmenos; que se pasan los semáforos en rojo; que creen que llevan sardinas; que nos trae como calzón de meretriz de la calle Mariscal…” y todos los razonamientos sociales que estaban en la boca de los afectados.
Fue entonces que, el licenciado, recibió una inoportuna llamada a plenas 7 de la mañana cuando apenas acababa de bañarse y dialogaba con uno de sus hijos sobre lo imperativo de la función pública y lo importante que es llegar a la oficina temprano.
“Prenda el Canal 5, lic”, porque así decimos todos. La frase correcta sería “encienda su televisión y vea el Canal 5” y allí estaba el licenciado, dialogando con el jefe de inspectores, sintonizando el televisor mientras estaba pegado oreja y hombro con su celular.
Fue entonces que hablo un líder de la ciudad, un alto funcionario de la desaparecida AMAC, Asociación de Maquiladoras, para mostrar su indignación y anunciar que hablarían con el gobernador del Estado para ponerlo al tanto del desbarajuste en el Transporte.


Ese día todos los sectores económicos se volcaron contra el Transporte Público. Canaco exigía una acción enérgica contra los choferes ebrios y mariguanos; Coparmex emitía un mensaje al gobernador donde pedía un referéndum para establecer el futuro del transporte.
Y así, uno a uno, enérgicos, llenos de virilidad, transitaban por el mundo de las exigencias, de las alternativas técnicas y sociales. Se refugiaban en el IMIP y en las quimeras, casi paranoicas, de Miguel Fernández Iturriza.
Todos hablaron aquel día. Hernán Ortiz, ajonjolí de todos los moles; Héctor Padilla, otro ajonjolí; Hugo Almada Mireles, mega ajonjolí-todólogo; al profesor Jesús José Díaz Monárrez, que ya lleva siete elecciones en la CTM y 24 años al frente de la central obrera del PRI…y ni se inmuta, el ancestral líder, porque así es la vida en Juárez, un nudo gordiano, lleno de tranzas y bocones.
Las emociones del jefe de la Oficina Estatal de Transporte se fueron al piso. “Ya valió madre”, dijo entre dientes. “Consíganme el teléfono de Eleazar Lara”, dijo el abatido hombre, mientras el conductor de NotiCinco lo repetía una y otra vez al aire.
La voz del licenciado se escuchaba afable. No había motivo para entrar a una guerra con el Canal de Rafael Fitzmaurice. Se refirió a la modernización de Transporte, a las grandes ideas del gobernador del Estado, que “es un visionario, un hombre fuera de serie, un hombre que no acepta truhanerías”, repetía el funcionario público.
Ya para terminar la entrevista, el teléfono del jefe de Transporte parecía que se iba a reventar de tanta llamada.
Pero el funcionario no podía responder, porque estaba ‘al aire’ con Eleazar Lara y en ese momento daba una enérgica declaración de que se aplicaría “todo el peso de la ley”, que el dueño de la unidad tenía que restituir material y económicamente los daños ocasionados a la familia de ancianitos que, por fortuna, salieron ilesos mientras la pesada unidad caía sobre su vivienda.


Luego, la noticia se brincó al Canal 44. En el programa de Entrevistas, apareció la figura afable del médico de color, Giorgio Baigiorgio frente a un par de ancianitos sentados en las sillas de enfrente. El rostro de abatimiento de aquellos símbolos de la tercera edad, agraviados por un chofer borracho y mariguano, estaban en vivo y en directo, mientras el doctor hablaba del caso “veintitrés”, el de los vecinos de la Fronteriza Alta, damnificados por la rutera.
Baigiorgio pedía material de construcción, ropa, comida, ayuda inmediata. Y los damnificados ponían cara de dolor, de angustia, de pobreza.
Mientras tanto, en la oficina de Transporte, se anunciaba a los medios locales que la licencia del chofer sería cancelada… ¡de por vida!, como una acción inmediata a la estulticia, a la falta de prevención, a la drogadicción y alcoholismo del conductor imbécil que había causado esa mini tragedia.
El teléfono del servidor público sonaba y sonaba y él moría por un trago, un Chivas mineral, un don Pedro con coca, una Carta Blanca bien fría, una Tecate con limón, escarchada con sal.
La secretaria respondió el teléfono. Era su jefe inmediato superior que le juró protección total. “No te preocupes, Lic, tienes todo mi apoyo”; luego la incómoda llamada del secretario del secretario general de Gobierno, que era gay y que tenía un todo de voz mamón, que replicaba en las anginas…
La voz semi-varonil le pedía estar atento a la llamada del segundo en la jerarquía de gobierno que, por cierto, “está muy encabronado por el desmadre que traes en la oficina”, le dijo el jotito.
El día transcurrió en medio de un vendaval, de mentadas de madre, de amagos y exigencias. Hasta que llegó la llamada del secretario general quien, en tono casi clerical, le dijo que se preparara para los dos escenarios, siempre presentes, en la función pública: la decisión del gobernador y el efecto de los medios de comunicación, casi todos contrarios al gobernador que era un imbécil y que no servía para nada (no era Corral, aclaro el punto).
Los nervios explotaron a las tres de la tarde. Fue entonces que al funcionario se le ocurrió pedir una audiencia telefónica con el gobernador mismo.
Pidió la intermediación de un viejo compañero de trabajo en la cátedra, ahora parte del gabinete, pero antes llamó al secretario particular del gobernador para intentar que explicarle al gobernante la mala leche de los medios de comunicación.
Ni uno ni otro respondieron el teléfono. La tragedia invadía su vida, lleno de conjeturas, como ocurre en la política. Para esto la noticia estaba en todos lados. El accidente no era tan contundente como para derribar a un funcionario. El corolario eran las declaraciones de indignación de la iniciativa privada, de la ciudadanía, de los comentaristas y analistas políticos que vomitaban datos, estadísticas, anécdotas y posiciones políticas.
A las 11 de la noche, el teléfono seguía mudo. Las cosquillas en el alma se convirtieron en un camino de ida y vuelta, hasta que el funcionario de Transporte destapó una botella de Chivas Regal y empezó a tomar hasta que el dios Baco hizo acto de presencia.
Entonces perdió la cabeza. Empezó a llamar a los medios de comunicación, en forma anónima, fingiendo la voz, para decirles a los interlocutores que el “jefe de transporte iba a renunciar el siguiente día”.
Nadie se inmutó. La batea estaba buena para el marrano.
El jefe de Transporte amaneció con una resaca capaz de demoler a cualquier tomador compulsivo. A las 8:10 de la mañana, el secretario particular gay le indicó que se presentara en la ciudad de Chihuahua y que llevara el expediente del accidente. Lo van a recibir a las 2 de la tarde.
Allí empezó el calvario. El jefe de Transporte recurrió a los menjurjes tradicionales, al modo clásico para abatir la resaca. Viajó a Chihuahua en forma inmediata con la idea de llegar al hotel, bañarse y acudir a la cita.
En Samalayuca ya había vomitado tres veces, en Villa Ahumada tuvo que ir al baño a ponerse crema en las almorranas; en la caseta de Sacramento vomitó por cuarta ocasión y luego se registró en el hotel Mirador, donde se baño, se arregló el bigote y se puso el traje que llevaba colgado en un gancho.
A las 2 en punto ingresó a la oficina del secretario general de gobierno, allí estaba el secretario gay, con esa mirada de mujerujo insoportable, que le advirtió que las cosas no estaban muy favorables para su existencia en la dependencia juarense.
El secretario general, lo recibió a los pocos minutos. No se levantó del escritorio. Con una voz solemne y friega quedito, le dijo al jefe de Transporte de Ciudad Juárez que se regresara tranquilo a la frontera. Que todo estaba arreglado.
¿Todo sigue igual?, pregunto nervioso. Sí, todo sigue igual. Regrésese y trate de ordenar todo ese desmadre que trae en su oficina.
Sí, señor. Así será.
Una sonrisa se dibujaba en su rostro, entonces el licenciado, el ex catedrático, el Jefe de Transporte regresó a Juárez para seguir gobernando en ese desmadre que ya lleva años y que nadie lo puede cambiar.