Haciendo leña del ‘Caballo’ caído

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Fotografía tomada del Facebook de Alfredo Lozoya.

Luro Verum

Por Rafael Navarro Barrón

Un poco antes de las elecciones, escribí un artículo periodístico en donde analizaba el perfil político de Alfredo Lozoya Santillán, el ex alcalde Independiente de Parral y ex candidato a gobernador del Estado por Movimiento Ciudadano; actualmente preso en los Estados Unidos.
El artículo preelectoral sobre Alfredo Lozoya, era una descripción del personaje. Esbozaba condición pragmática, su forma de manejar su actividad política y empresarial, hoy motivo de comentario luego de caer preso en los Estados Unidos en condiciones aun no muy claras, que no es el tema de la columna.
El artículo preelectoral se tituló ‘Un hombre llamado Caballo’. El documento analítico tuvo poco interés de los editores de medios, pues creían firmemente que el entonces alcalde de Parral tenía reales intenciones de llegar al cargo de gobernador.
Era obvio que no tenía ninguna posibilidad real de ganar una elección que se estaba definiendo entre dos fuerzas políticas.
Es de llamar la atención cómo la figura de Lozoya es ahora lapidada por los que en otro tiempo le aplaudieron y se beneficiaron de su candidatura. Es cuando se puede observar la enorme distancia entre simpatía y la comercialización de una imagen política, social, empresarial y religiosa. La convicción se diluye junto con la suspensión del acuerdo económico.
Así fue el efecto de la caída de César Duarte. Para los aduladores del pasado ahora, el exgobernador, es un político corrupto. Han llegado al extremo de divulgar su conducta homosexual, sin que medie una sola prueba o testimonio válido.
El publicar o no publicar todo lo que sabemos y que nos consta, no es algo antiético. Los medios de comunicación, los periodistas, se rigen por el nivel moral, propio y de quienes los dirigen.
Regular la moral entre los grupos de escritores es muy complicado, pues sería como intentar desbaratar una capirotada y volver a los ingredientes originales a su estado actual.
Escucho, con mucha frecuencia, que al periodista se le debe exigir ‘la subjetiva objetividad’ en sus juicios. No hay nada más bobo y estúpido que ese intento mezquino de pretender sujetar la noticia a una camisa de fuerza, rígida y por demás absurda.


El periodismo bien habido, no es el que no cobra sus servicios, sino el que no vende sus principios éticos. El chayote es una forma, poco elegante y hasta despectiva, de referirse a la corrupción periodística, a todas luces extralegal. El problema de ser chayotero es que al periodista se le ubica en el renglón más bajo de la corrupción.
La premisa más representativa de los acuerdos se la han aplicado por años al editor de periódicos Osvaldo Rodríguez Borunda, dueño de Los Diarios. Los políticos y empresarios se quejaban de que al decano propietario de los medios impresos se le “beneficiaba con publicidad” y no se detenía en la publicación de temas que no les favorecían a sus clientes. La acción se aplica perfectamente a la misión de un medio de comunicación. No se puede vender la conciencia junto con la publicidad.
Pero el tema de hoy es otro. Esto es lo que escribí de Alfredo Lozoya. Será el propio Caballo el que acuda ante sus aduladores para exigir el respeto que les dio en el pasado. El siguiente es el artículo que se escribió en aquella ocasión:

Para el político parralense, ‘caballo’ no es un apodo, es una ‘marca’ política cuyo génesis se remonta a una anécdota familiar durante la niñez de Jorge Alfredo Lozoya Santillán, el ex alcalde del municipio de Hidalgo del Parral y ex aspirante al gobierno de Chihuahua por Movimiento Ciudadano.
Corpulento, de una sonrisa que encanta por la forma en que cuida el gesto, a Lozoya Santillán le gusta utilizar las prendas de vestir, de acuerdo a la moda impuesta por los políticos modernos. Podríamos decir que no se viste, se disfraza cada día para parecer un funcionario público del centro el país, con uno de esos maltrechos chalecos imitación y pluma de ganso que popularizó Enrique Peña Nieto.
Usa el traje sastre como una ‘camisa de fuerza’. Lo hace en los eventos públicos. Su inseguridad lo lleva a tocar y tocar, casi en forma compulsiva, la vestimenta elegida, a ubicar, una y otra vez, la solapa del traje, el nudo de la corbata, el cuello de la camisa.
Luego allí está, como posando para las cámaras, señal inequívoca de su enorme ego y narcisismo con el que lo describen los perfiladores de conductas humanas y políticas.
Así es el ‘Caballo Lozoya’, la marca política que se obstina al gobierno del Estado de Chihuahua. Alguien le dijo que podría ser el próximo gobernador del Estado y en su pequeño mundo de político, lo creyó.
Las alternativas electorales, la probabilidad, la estadística, la fuerza de equipo, la propuesta social, política y económica…su apodo, no ayudan nada a la contienda.
Los perfiladores políticos consultados para observar el perfil y las alternativas de Alfredo Lozoya, señalan que no llegará a ninguna parte, que no tiene posibilidad alguna de arribar al poder estatal que conlleva muchas luchas e inversiones.
Lozoya cree en la magia electoral, en las historias de Hollywood que crean fenómenos políticos, cree en su propio márquetin, en el maldito canto de las sirenas de las decenas de periodistas que, por unos cuantos pesos, le doran la píldora y lo acuestan en la almohada de los ingenuos para que sueñe con ser gobernador.


Ni él, ni Parral representan el poder electoral; apenas dos distritos convergen en la tierra que vio morir a Francisco Villa, uno estatal y el otro federal; con 150 mil habitantes y unos cuantos votos, además del lastre político que dejó el corrupto ex gobernador, César Duarte Jáquez, cercano al Caballo Lozoya.
El oriundo de Parral, cuya fortuna es todo un enigma y cuyos negocios están siempre en la rayita de la duda, fue objeto de análisis para conocer su perfil sicológico, estudio que determina parte de su personalidad tomando como base su actividad política, económica y social.
Según este estudio, Jorge Alfredo Lozoya Santillán es un hombre ordinario, dicharachero, extremadamente observador de los entornos. Esa cualidad lo convierte en una persona insegura, pues no confía en nadie de los que lo rodean. Al mismo tiempo arrogante que se transforma cuando las cosas no se hacen bien o no se hacen como él quiere.
Frente a sus cercanos colaboradores, grita, manotea, mienta madres y amenaza. Al igual, pierde el control cuando bebe alcohol, pues es un hombre dado a la bohemia y a las clásicas tertulias del norte.
Tiende a achicarse frente a personalidades que derrumban su hechiza confianza. El mismo se presenta como El Caballo, de hecho habla de él mismo como si fuera una tercera persona. Se refiere “al caballo”, como si fuera otro personaje…pero, de los equinos, no guarda un solo elemento analógico, propio del animal bragado, brioso, leal, fuerte y guerrero.
Le gusta tomar decisiones en el plano mediático, porque la ‘marca’ debe de estar presente en momentos primordiales para fortalecer su campaña política en la entidad y fuera de ella.
Alfredo Lozoya no dice nada… “Caballo Lozoya” lo dice todo. La marca sirve para las conversaciones políticas, para los encabezados de las cientos de notas que paga en las páginas de Internet.


El apodo no es la descriptiva imagen de Roberto ‘El Pony’ Lara que le hace honor a su estatura; o a los crueles apodos que reparte el empresario Héctor ‘El Teto’ Murguía a los amigos y enemigos, objeto de otro análisis.
De acuerdo al perfil sicológico, en la actividad empresarial, en el entorno económico, en los negocios, El Caballo sabe competir legal e ilegalmente. Invierte en los negocios que reditúan y aplica el ‘dumping’ sin ningún grado de daño a su conciencia. Las reacciones personales, donde hay dinero de por medio, son un reflejo de una falta de ética, de un manejo espurio de los recursos públicos. De acuerdo a los perfiladores “no tiene una idea de lo que es el gobierno”, es una réplica de Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco y de Cuauhtémoc Blanco, dos autistas de la política que están perdidos en la función pública sembrando el caos y la desesperación en las entidades que gobiernan.
Acudir a dormir al campamento de los agricultores que pelean el agua al gobierno federal; la adquisición de tabletas GHIA de mala calidad para los niños de primaria; acudir a los escenarios estatales a ‘hacer acto de presencia’, sin tener un motivo, salvo la inverosímil posibilidad de ser el próximo gobernador de Chihuahua. Allí está el reflejo antiético de este hombre surgido de la nada política.
En el análisis a su personalidad, los perfiladores lo ubican como un clásico empresario parralense, tipo Duarte Jáquez, tipo Everardo Medina, del modelo de Mario Hermosillo. Es un hombre acostumbrado a vivir en dos universos. La ‘capital del mundo’ le queda pequeño a su mega visión social que solo existe en su mente.
La función pública es algo que no le importa, le aburre, lo trastorna. En las sesiones de cabildo aparece como un maniquí, perdido en la galaxia de su Olimpo. Sucede lo mismo con los eventos de rutina, las inauguraciones, los actos protocolarios. Esos protocolos son una lápida sobre sus hombros.
Y es que, El Caballo, descubrió que, desde la cúspide de la política, las cosas funcionan mejor, los negocios se vuelven redituables, los presupuestos avanzan, los viáticos sobran.
No se detiene en la contratación de mercenarios cibernéticos que destruyan, a través de ‘boots’ a sus adversarios.
Maneja lo espontáneo sin ninguna dificultad. Lozoya forma parte de usa sociedad ‘estudiada’, pero sin cultura; esa nueva generación de El Caballo es pragmática, soñadora; y Lozoya la vive como muchos parralenses.
Es, para entenderlo, una copia al carbón del reo César Duarte Jáquez típico de los municipios semiurbanos de la entidad que siguen sus tradiciones culturales y sociales.
El Caballo Lozoya hoy está preso en los Estados Unidos. Y sus corifeos siguen la ruta del mejor postor. Total, son empresarios de la industria editorial y, sin ninguna carga moral, le pueden vender el alma al diablo…