Luro Verum
Por Rafael Navarro Barrón
Nadie como Héctor Murguía puede entender el silencio sepulcral, el dolor y la frustración que hoy siente Beatriz Elena Paredes Rangel, alias ‘La Beto’, apodo que nació en el seno de un grupo de políticos juarenses.
Estoy seguro que ni el tiempo, ni las bonanzas de los grandes negocios del empresario Murguía, han borrado el momento previo a la selección del candidato a la gubernatura en el año 2009. Imposible no recordar la cadena de engaños gestados por la presidenta del PRI que, aun sabiendo que se había elegido ya a César Duarte, la lideresa seguía alimentando la idea de que “el partido estaba analizando los perfiles” y le daba esperanzas a Teto Murguía.
Si la senadora del PRI ahora llora y está deprimida por la grosería que le hizo -en los tiempos actuales- su dirigente de partido, el tal Alito Moreno; son las mismas lágrimas y la misma depresión que causó a decenas de políticos, a los que entregó en sus negociaciones históricas. En esa lista está el Teto de Juárez.
Beatriz se vendió en muchas ocasiones y colocó en las candidaturas a políticos de poca monta, muchos de ellos sin escrúpulos, pero con una enorme protección y relación con los grupos fácticos, que el PRI consultaba antes de seleccionar a sus abanderados.
Frente a César Duarte y Enrique Serrano Escobar, Héctor Murguía mantuvo siempre una ventaja notable en las preferencias electorales. Fue Beatriz la que dejó en el camino al ex alcalde de Ciudad Juárez en el año 2010; en la siguiente elección, ya era otro el dirigente priista y la historia volvió a repetirse.
Teto Murguía platicaba, a manera de anécdota personal, que había políticos que se enfermaban cuando perdían una elección o cuando se les negaba el derecho a participar como candidatos.
“Los he visto desplomarse, enflacar y casi morirse”, platicaba el político juarense. Algo así fue su caso en el 2009, a pesar de las altas preferencias electorales a su favor.
Me regresaré al año 2009, allá por abril. Tengo media hora esperando en las oficinas de la Organización Editorial Mexicana. Fui citado por el director general, Mario Vázquez Raña “en forma urgente”, me dijo la secretaria. Tuve que volar el mismo día de la llamada, para estar 24 horas después con Don Mario.
Frente a mi está el mural del célebre pintor juarense Otto Campbell, el cual admiro una y otra vez. Sé cuánto mide y cuánto pesa la obra, porque me tocó embalarla en Ciudad Juárez y enviarla a la Ciudad de México.
La pintura es un reconocimiento a los periodistas que se oponen a los excesos del poder, que ofrendan su sangre a cambio de divulgar la verdad. En ese fugaz pensamiento estaba cuando la figura de una mujer, muy conocida en la política nacional, opacó el análisis del mural de Campbell. Su pelo entre roscado, ya canoso, sin ninguna regla estética, denota su edad en ese momento, 57 años; su andar es lento, pausado, pero aún no usa bastón, ni silla de ruedas.
Ese abril del 2009, acudí con el director general de la OEM a recibir una injusta amonestación porque, el ahora inquilino del Cereso de Aquiles Serdán, César Duarte, en su calidad de precandidato, se había quejado de una serie de columnas periodísticas que hablaban de su afición al fraude y a la corrupción. El autor de los trabajos periodísticos, obviamente, era un servidor.
Cuando la tlaxcalteca salió de la oficina de Don Mario, entendí que era un buen momento para dialogar con quien tenía en sus manos la sucesión en el gobierno de Chihuahua.
Estaba por concluir el gobierno del también priista, José Reyes Baeza. Beatriz Paredes mostraba mucha calma. Esperaba que el helicóptero privado del magnate de los medios de comunicación, llegara al helipuerto, ubicado en las mismas oficinas de la OEM. La Beto había pedido un ‘raid’ para trasladarse a alguna parte de la Ciudad de México y don Mario le prestó la aeronave.
La abordé con la frase “usted no me conoce, pero yo soy…” y luego toda esa retahíla que se acostumbra en los entes políticos y periodísticos. Le platiqué que era muy notoria la llegada del helicóptero de Don Mario. “Todos corren a agarrar las puertas, a atrancarlas, porque la fuerza de las hélices generan tal turbulencia que todo vuela en el interior de las oficinas, principalmente las hojas de papel que no están sujetas en los escritorios.
La mujer del huipil se mostró excesivamente cortés con mi saludo. Admiré ese día su vehemencia, digna de una mujer excesivamente inteligente. Su afabilidad me dio la oportunidad de hilar una pregunta que fue determinante para saber, ese mismo día, que César Duarte estaba ya amarrado como el próximo abanderado priista al gobierno de Chihuahua: “Acláreme una duda, licenciada… ¿a quién están perfilando el PRI para ser candidato al gobierno de Chihuahua, porque presiento que esa confusión está originando muchos conflictos internos en los sectores priistas?”
Con una voz acartonada, dueña de su poder político, la mujer priista, ahora de 70 años, enferma y debilitada para caminar por sí sola, refirió que ese había sido el tema principal con don Mario.
Me explicó que había sido una decisión difícil, pero que la mayoría de las fuerzas vivas “se habían pronunciado por el licenciado Duarte”. El tema entre Vázquez Raña y la Beto había versado en el candidato que apoyaba la cadena periodística. Literalmente, don Mario, había destapado a Duarte para que fuera gobernador.
El legendario político, ligado al Comité Olímpico Mexicano y a los medios de comunicación, había estado asesorando a César, como él le decía, sobre algunos temas a través “lecciones de vida”. Por eso, cuando yo estuve en la oficina, el magnate casi me mienta la madre por los artículos periodísticos que denunciaban las corruptelas del ahora ex gobernador.
El sensei de los políticos mexicanos, había preparado la candidatura de Duarte, la había vendido muy bien ante la dirigencia priista y había negado toda posibilidad de diálogo o acercamiento con los otros aspirantes.
A Teto no lo recibió, a pesar de la intermediación de un político juarense que fue muy amigo de Vázquez Raña, quien murió de un cáncer muy agresivo que le hizo metástasis.
La asistente personal de don Mario me comunicó que “el jefe” me estaba esperando en su oficina. Apenas me iba a sentar frente al magnate Vázquez Raña, cuando escuché una voz enérgica, que denotaba molestia, “¡ni se siente, esto va a ser rápido!”, me dijo el atávico empresario. Luego vino la inquisitoria pregunta:
“¡¿Quién lo autorizó a estar escribiendo en contra de Duarte?!”, preguntó don Mario, él sí sentando en su sillón, portando el tradicional chaleco de estambre y sus lentes de aviador. Por primera vez me miró a los ojos.
En mi mente preparaba el discurso de objeción, la respuesta a aquel juicio inclemente, injusto, rastrero. Pensaba en el cínico de Duarte y me sentía humillado.
Apenas iba a hablar cuando llegó la siguiente oleada de expresiones agrestes:
“¿No sabes que te puedo correr por lo que hiciste?” El amago no tenía vuelta de hoja, le había rascado los huevos al tigre y la fiera me gruñía con tal energía que no tuve otra que emprender mi defensa; “córrame en este momento…no se limite”, recomendé a don Mario.
He de reconocer que después de los años en que lo traté y conviví con él, existe una admiración, un agradecimiento por la gran oportunidad que me dio de dirigir uno de sus periódicos por 15 años.
Con don Mario aprendí a no tenerme miedo al poder. Era un hombre que nunca le daba la espalda a sus directores. Mientras se daba este dialogó en la ciudad de México, en el restaurante Sanborns de la Paseo Triunfo de la República en la fronteriza Juárez, Duarte comunicó a los periodistas afines a su candidatura que estaban a punto de correrme y pidió a los comensales que eligieran a uno de ellos como sustituto.
Don Mario me preguntó que si tenía elementos para demostrar lo que había escrito. “Evidentemente, Duarte es un corrupto”, le dije. “¿Te dio dinero?” “Claro que no”, respondí inmediatamente, “ni lo aceptaría”.
El ambiente cambió. El tiempo permitió que le explicara a Vázquez Raña la historia de corrupción de César Duarte, obviamente la historia antes de ser gobernador.
El experimentado empresario escuchó mi versión.
Mi patrón había cambiado de rostro y posición. Cortó la conversación y me dijo tajante: “ya di mi palabra, él va a ser el próximo gobernador de Chihuahua. Ayúdalo…estaré pendiente de lo que escribas”.
Cuando salí Beatriz Paredes estaba rodeada de colaboradores y funcionarios de la OEM. Me miró y me preguntó: “¿Confirmado?”, “confirmado”, le dije.
Cada vez que hablan de Beatriz Paredes, recuerdo ese momento de la historia de Ciudad Juárez. Recuerdo a un Teto Murguía abatido por la noticia. Todavía a mi regreso a Juárez, cuando el medio en el que trabajaba publicó que Duarte sería el candidato del PRI, sin lugar a dudas, el ex alcalde me habló para preguntarme si estaba seguro.
A Teto no pude mentirle. Desde 1991 había estado cerca de su vida política. Le platiqué paso por paso todo lo que había sucedido en la ciudad de México. Curiosamente, él estaba muy molesto conmigo, porque creía que le había retirado el apoyo personal.
Me dijo que tenía otros datos, que le apostara un millón de pesos que él sería el próximo candidato del PRI a la gubernatura. Su optimismo me dio pena porque era más que evidente que Beatriz Paredes lo estaba engañando. Y así fue.
Hoy la historia se repite. Ahora el sufrimiento, la molestia, el encabronamiento, rondan los sentimientos de Beatriz. En ese estado de dolor, a sus 70 años, caminando penosamente, posiblemente recuerde lo que en alguna ocasión le hizo a quienes querían ser candidatos…quizá recuerde a Teto Murguía.
Posiblemente a ella también le mintieron, la tuvieron en vilo durante horas, en espera de una respuesta positiva del PRI, de su PRI, porque quien compite, aunque en el fondo sabe que nunca tuvo una oportunidad, siempre piensa que va a ser el ganador.