Los monitos de Meoqui, la historia más verdadera

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LURO VERUM

Por Rafael Navarro Barrón

En un atardecer de octubre, del año 1987, el bullicio de una treintena de personas, alertó mi intuición periodística. Caminaban presurosos de oriente a poniente en la floreciente ciudad Meoqui. Los ojos de aquella turba se mostraban descomunales, como cuando algo malo sucede.
Observaba cada movimiento de aquel puñado de meoquinenses sentado en primera fila del camión foráneo de la Línea Rápidos Delicias que se había detenido en la terminal de aquella ciudad; el chofer esperaba, con cierta impaciencia, que subieran los pocos pasajeros que habían adquirido un boleto para viajar a la ciudad de Chihuahua.
Descendí del camión y me dirigí a una pareja de adultos mayores que se habían rezagado del grupo que iba a la cabeza.
¿Está pasando algo extraordinario?, pregunté al matrimonio mientras caminaba a su paso.
La señora, con los ojos desorbitados, con muy poco aliento, me dijo que en una casa de la colonia Barrio Nuevo, unos niños hicieron contacto con los duendes y todo el pueblo tiene curiosidad por conocer los detalles.
“Una de las mamás de los muchachos, es mi comadre”, dijo la anciana un tanto orgullosa.
¿Unos duendes?, pregunté.
“Sí, unos duendes, son tres o cuatro. Dicen que viven debajo de la tierra y que cavan túneles para movilizarse entre las casas del pueblo”, refirió la mujer.
“Puras pinches mentiras de chavalos”, espetó el anciano esposo que apenas podía arrastrar los pies en el pavimento contaminado con piedras y tierra.


Mientras hablaba, observé que el camión de la línea Rápidos Delicias salió de la terminal y yo, jadeando por las largas calles de Meoqui, alcancé al grupo mayor para preguntar la dirección exacta de la casa de los duendes.
Antes de emprender la ruta, llegué al local de la fotografía Briceño, que en esos años se ubicaba a un costado de la plaza Hidalgo. Allí encontré al corresponsal del periódico Novedades de Chihuahua, donde ambos trabajábamos, y le pregunté si estaba enterado de lo que ocurría en una casa de la calle Francisco I. Madero y Libertad.
“Sí, claro que sí”, me dijo el señor Briseño. “Yo envié una nota de lo acontecido y no la publicaron”.


En forma apresurada, salimos a la calle. Don Manuel era un hombre que había rebasado los 55 años, pero la cabellera ya pintaba las primeras canas. Era muy querido y respetado en el pueblo. No era periodista, era fotógrafo, pero con el tiempo dominó el trabajo de reportero y empezó a redactar el trabajo informativo para la sección sur del mismo periódico Novedades.
Don Manuel y Catita González, uno en Meoqui y la otra en Delicias, habían permanecido firmes a la estructura del periódico Novedades de Chihuahua, en la región sur del Estado. Todo mundo los conocía, los quería y respetaba. Por eso, ese día, no podía tener mejor compañero que el señor Briseño.
Cuando salimos del local a la calle Hidalgo, un vehículo se paró frente al negocio de don Manuel para preguntar qué estaba ocurriendo en el pueblo. Luego de conocer una versión sintetizada de la historia de los monitos, se ofreció a llevarnos a la casa de las apariciones.
Gracias al señor Briceño logramos ingresar a la vivienda sin dificultad alguna, pues la familia lo veía más como amigo que como periodista. En ese momento nos enteramos que la familia ya estaba cansada y renuente a cualquier insinuación que tuviera que ver con los monitos de su patio.
“Estoy hasta la madre, Manuel”, le dijo la señora de casa al corresponsal. “Sí, lo entiendo…debe de ser difícil la situación”, respondió el señor Briseño antes de pedir que nos informaran todo lo que estaba ocurriendo.
Siendo honesto, un primer pensamiento que se vino a mi mente, fue encontrar a 3 o 4 minúsculos seres en una caja de cartón o en una jaula pajarera. No, la historia era otra. La familia estaba molesta por la versión de los niños, que nadie había confirmado, solo era la versión de ellos.
“Qué pinche imaginación de estos muchachos cabrones”, expresó un hombre anciano que estaba en casa. Aquel decano de la vida era el mismo que había encontrado camino a la casa donde los alienígenas habían hecho contacto. Allí pude saber que era un escéptico de los fenómenos paranormales y mucho más de las historias de extraterrestres.


“A esos mocosos cabrones lo que se les va a aparecer es el diablo. Ya lo verán… ¡un día de estos el chamuco les va a dar la espantada de su vida!, para que no anden con tanta mentira”, dijo el hombre que de vez de vez interrumpía la entrevista.
El alcalde de ese entonces era Jaime Acosta Valenzuela y, según la versión de la familia, ya estaba enterado de lo que ocurría en Barrio Nuevo. Era tal la preocupación del presidente municipal que había enviado a un par de patrulleros para hacer rondines por la colonia. El primer día entregaron una hoja de reporte que simplemente decía: “Sin novedad, no hay evidencia de marcianos”.
El propio alcalde tenía a disposición de los niños y sus familias a un par de trabajadoras sociales, a una sicóloga, egresada de la UACh y a un médico. Todos ellos asumiendo su papel de investigadores de fenómenos paranormales y presencia alienígena. El doctor había visto la película E.T. y tenía una vaga noción de esos fenómenos; en cambio la sicóloga ya había visto “Encuentros Cercanos de Tercer Tipo” y no se perdía los programas de Jaime Maussan.
Los facultativos al servicio del municipio nos recibieron dando hipótesis, teorías y cuanta cosa venía a su mente para aclarar aquellas sicosis colectiva. Las multitudes estaban en las calles y la ciudad entera llena de dudas.
El mismo alcalde había ofrecido a la familia que “si se necesita algo más, era cosa de que se lo pidieran al oficial mayor, él ya tiene muy claras las instrucciones”, dijo Jaime Acosta que tenía fama de huevón y no asistía a la oficina. Él decía estar muy apegado a su misión de gobernante pero, a las pocas semanas, cuando se agudizó el problema con la presencia de periodistas, investigadores y curiosos, ya quería correr del pueblo porque el asunto de tornó político.
“El gobernador está hable y hable, chingue y chingue todo santo día y esos pinches monitos no tienen para cuando acabarse…si vinieron de otro planeta que se vayan ya, a la chingada, ya estamos hartos”, dijo el alcalde al termina una de las entrevistas. Nos confió la perorata fuera de libreta. Después se disculpó.
Para agudizar la situación, el sacerdote del templo San Pedro y San Pablo, un religioso con cara de estatua de santo del Siglo XVIII, que ejercía su ministerio a unas cuadras de donde fue el suceso, se puso a avalar lo que ocurría en Barrio Nuevo. En una homilía dijo que los niños y sus familias eran Católicos y que él no podía objetar, desde la cuna espiritual de la Santa Iglesia que representaba, la versión de sus feligreses. “Recemos por ellos, hermanos” y se aventó un Ave María.


Esa versión que avalaba las apariciones, la dijo el señor cura en plena misa de domingo. El sermón fue replicado casa por casa y la algarabía estalló en el pueblo, por eso la casa se llenó de crédulos e incrédulos. Hasta ateos acudieron a la vivienda de los monitos.
Además, corrían las versiones de que en el santo secreto de la confesión los niños le habían confiado al padre de San Pedro y San Pablo, que su narrativa era tan cierta como la resurrección de Lázaro. ¿Cómo dudar de ellos?, decía el sacerdote a la feligresía.
Por eso, los primeros días del registro del fenómeno, un 27 de octubre de 1987, la casa, ubicada en la Francisco I. Madero y calle Libertad, estaba literalmente sitiada por decenas o quizá cientos de personas. Todos miraban hacia el patio de la vivienda. Algunos decían haber visto algo en los hoyos del extenso terreno, ubicado en el patio de la vivienda, que se había convertido en un lugar casi sagrado.


Nadie se atrevía a acercarse a los dos o tres orificios que se observaban desde la calles. Por gracia de la imaginación, las cuevas de los alienígenas, decía la gente, eran ramificaciones cavernosas donde habitaban los diminutos seres venidos del más allá.
La gente platicaba que en las profundidades de las cuevas, los visitantes galácticos tenían equipos muy sofisticados, donde experimentaban con niño que en la vida real eran buscados por sus padres.
Corría también la versión de que uno de los niños fue mordido en un dedo cuando intentó agarrar a uno de los alienígenas y, por esa causa, fue llevado de urgencia a la Cruz Roja.
“Que Dios lo libre, seguramente no hay cura para un veneno tan letal, como el de los extraterrestres”, habría señalado una de las tantas mujeres que no se separaban de la casa.
Aunque en el tiempo actual, Daneyra Lira Robles, sostiene que ella misma se encargó de llevar a su hermano Willy a que lo atendieran de la mordedura, la realidad es que en la investigación periodística de 1987, ese hecho, nunca ocurrió.
En el presente, Daneyra relata que ella tenía 15 años cuando ocurrió el fenómeno y que, por ser hermana de Willy, participó activamente en el desarrollo de los hechos. En lo particular, nunca la vi en escena.
Refiere que la tarde en que fue mordido Willy por el Monito, “agarramos a mi hermano y lo llevamos a la Cruz Roja. Traía el dedo como cuando va uno a la pizca de la nuez: negro, como quemado”.
Dijo que Paco Valenzuela, entonces socorrista, fue quien atendió al niño, quien no quiso revelar abiertamente que había sido mordido por uno de los monitos. Insisto, ninguna de estas versiones aparece en la investigación periodística de la época. Ni la recuerdo.
El día en que detonó la noticia, los dueños del inmueble estaban molestos e inquietos. Se asomaban de vez en vez por las ventanas y gritaban a la multitud que se retirara, “¡déjenos en paz!”, “¡ya estamos cansados!”, “¡váyanse a casa!”.
Los visitantes permanecían estoicos, inamovibles. Estaban petrificados por la historia y creían que en cualquier momento, uno de los monitos, surgiría de una de las cuevas para dar un discurso de advertencia a los terrícolas.
Debido a la crisis desatada por los nervios y la incertidumbre, fue difícil obtener la entrevista inicial como Dios manda. Primero, porque las interrupciones eran muchas; segundo, porque la abuela de uno de los niños estaba pidiendo permiso a la familia para arrastrar un puesto de la Coca-Cola, del frente de su casa a un lugar cercano al cruce de Libertad y Francisco I. Madero.
El puesto de la anciana era de lámina, de esos que abundan en las colonias proletarias. La mujer había pedido a la Coca-Cola que lo colocaran fuera de su casa, pero ahora urgía que se ubicara cerca de la casa de los monitos.
La señora vendía cuanta chuchería era del agrado del vulgo, además de los productos de la refresquera. Como hacía frío, decidió vender café y pan dulce por la mañana y los sábados menudo.
Aquella tarde, se realizaba en la casa de los monitos una atropellada entrevista que formalmente daba la familia. Después nos enteramos que la nota que envió el señor Briceño al periódico Novedades de Chihuahua sí se había publicado, pero fue colocada en la página dos de la sección nacional e internacional. Era difícil de encontrarla, porque la información parecía que era de otro país, por eso pocos le pusieron atención.
Había otro inconveniente, el director del periódico, Javier Contreras Orozco, indicó que no era información de primera plana, porque el rotativo podía perder seriedad.
“Miren, muchachos”-nos dijo después- “¿cómo nos vamos a ver publicando, en primera plana, una nota de unos monitos que solo tres niños han visto? Traigan pruebas y algo más a fondo y lo publicamos”.
Novedades de Chihuahua pertenecía al Grupo Chihuahua, del empresario Eloy Vallina, fallecido recientemente. El periódico era sumamente cuidadoso de lo que se publicaba debido a que las críticas llegaban directamente al propietario.
A la familia Vallina le gustaba seguir muy de cerca los acontecimientos políticos y sociales de la ciudad y analizaban con lupa cada ejemplar impreso para encontrar fallas, notas periodísticas de mal gusto o faltas de ortografía que a ellos no les satisfacían.
Para darle gusto a doña Sonia, la entonces esposa de Eloy Vallina se tuvo que crear un suplemento especial que se llamaba ‘Siete’ que únicamente publicaba a la gente de la auténtica alta sociedad chihuahuense, avalada por la doña. Las personas que no cumplían con los estándares de la ‘high life’, eran enviadas a las páginas ordinarias del periódico, con la plebe, con el pueblo, con el vulgo, con la raza. Allí es cuando descubrimos las enormes diferencias entre los ricos de Chihuahua, pues muchos de las familias de alcurnia, que tenían diferencias con los Vallina eran enviados a las páginas del pueblo.


Yo viajaba a diario a la ciudad de Delicias, donde tenía la sede de la corresponsalía de la región sur del Estado, pues estaba por surgir el Novedades de Delicias.
En la oficina del periódico se conjuntaba la información de los corresponsales y reporteros de la región y se enviaba a la ciudad de Chihuahua por telefax.
Debido a la urgencia de la noticia me concentré en la ciudad de Meoqui, pensé atender a fondo, de lleno, el asunto de los Monitos.
Cuando escribí la primera nota del fenómeno, inconscientemente, empecé a llamar a los diminutos seres, los Monitos de Meoqui. Nunca pensé que de mi narrativa surgiera el nombre que hoy llevan los seres diminutos que, me queda claro, nunca existieron.
Es importante destacar que fue una forma práctica de llamarlos periodísticamente; fue una forma fácil de cabecear o titular las notas que se generaban en aquella ciudad del sur del Estado.
Pocas horas después de detonar la noticia, los niños de la colonia Barrio Nuevo fueron llevados a un centro de salud del municipio que estaba cerca de sus casas. Allí encontramos a Mario Cosme Alvídrez Payán, que tenía 7 años, Sergio Alfonso Lira Robles, conocido como Willy que era el líder del grupo que tenía como 11 o 12 años y quien decía haber observado, primero que todos, a los monitos de Meoqui; y a Javier Valenzuela Solís, de 10 años de edad.
A nuestro arribo al centro de salud, que constaba de una sala de espera, una pequeña oficina y dos salas de consulta, personal médico, dos trabajadoras sociales y una sicóloga, estaban dialogando con los niños.
Los habían entrevistado por separado para que, sin presiones, explicaran lo que habían visto. Posteriormente les dieron unas hojas en blanco para que dibujaran a los ‘monitos’. El parecido de los tres dibujos era impresionante. En ese momento creí que los niños decían la verdad. Era imposible que estuvieran mintiendo, pues la precisión era milimétrica.
La sicóloga permitió que las tres hojas se nos entregaran como representantes del primer medio de comunicación que acudía a atender la nota de una forma más profesional.
Cuando reuní el material periodístico, viajé de inmediato a la ciudad de Chihuahua donde se ubicaban las instalaciones del periódico Novedades. Antes de tomar el camión que me trasladó de Meoqui a la capital del Estado, hablé telefónicamente con el director, Javier Contreras y le informé que llevaba toda la información y fotografías de lo que estaba ocurriendo en la colonia Barrio Nuevo. Lo sentí indeciso. Esa percepción fue mayor cuando estuve frente a él en las oficinas del medio de comunicación.
El periódico decidió no publicar la información el primer día en que se contaba con ella. Uno de los argumentos fue que era muy tarde y la edición estaba cerrada. Ese día dormí con cierta inconformidad pues suponía que el fenómeno ya podía haber llegado a la radio de Delicias, que era muy poderosa, o a la competencia: El Heraldo y el Diario de Chihuahua.
Al día siguiente observamos que la noticia permanecía en el silencio de los medios. Pude respirar con cierta tranquilidad. En una reunión con el Jefe de Información, José Luis Jáquez Balderrama y el director, Javier Contreras, se tomó la decisión de publicar la primera parte del amplio reportaje, con la consigna de regresar a Meoqui y mantener el seguimiento de la información, lo que en el argot periodístico se conoce como ‘secuela’.
La primera publicación agotó la edición del periódico Novedades en la ciudad de Chihuahua y en toda la región sur del Estado.
La cabeza evidenciaba la forma precavida del director del periódico de evitar que el fenómeno de los Monitos de Meoqui, como decidimos llamarlos, fuera tomado como una falta de respeto a los lectores o hacer enfadar a los dueños del periódico que siempre estaban al tanto de lo que se publicaba o por lo menos, eso es lo que nos decían.
El titular del periódico era algo así como “Niños dicen que conviven con pequeños seres”; y como subtítulo: Los llaman los ‘Monitos de Meoqui’.
La nota periodística fue replicada en todos los noticieros de radio de Delicias. El Heraldo y El Diario de Chihuahua fueron cautelosos y decidieron quedarse al margen del tema los primeros días.
La segunda parte del primer reportaje y sus respectivas secuelas causaron furor en la región, particularmente en Meoqui. Cuando llegué a la casa de Barrio Nuevo, la gente se arremolinaba en un cada vez más creciente número de personas que venían de todos lados, que acudían a conocer la vivienda de los Monitos.
El segundo día de la noticia, viajé en el vehículo que repartía el periódico. Llevaba más de 7 mil ejemplares. Salimos a las 5:30 de la mañana con una gran dificultad por el peso del papel. Esa mañana fui testigo de la enorme fila, de poco más de 70 personas esperando, desde las 7 de la mañana, para obtener uno de los ejemplares en el estanquillo de la plaza de Armas, que atendía El Güero Pacharelo. También, ese día, a las 10 de la mañana, el periódico estaba vendido en su totalidad.
En esa edición, la segunda, aparecía la narración de Mario Cosme Alvídrez y el más famoso de todos, el Willy que detallaban la forma de los Monitos, que hablaban el idioma español pero con un acento extraño. Lo hacían a través de una boca minúscula. Además, las miniaturas con formas humanoides explicaban el motivo de su presencia en esa finca y en la tierra.
La versión de los niños era incuestionable, pues nunca cayeron en contradicciones. El niño Cosme Alvídrez, ahora un señor hecho y derecho, dijo en aquella ocasión que los Monitos tenían rasgos humanoides y los otros dos amigos, concordaron en los detalles, además los dibujaban una y otra vez sin equivocarse.
El día que aparecieron los alienígenas, según la versión de los niños, Mario le dijo a Willy, “¿vistes eso?”, “Sí, dijo Willy” y ambos se acercaron a una de las cuevas de donde habían salido los hombrecillos. Los dueños de la casa estaban en el interior del hogar y no observaron el momento en que se realizó el Encuentro Cercano del Tercer Tipo, versión Meoqui.
Mario, Javier y Willy llegaron a contar una de las historias de ficción más extraordinarias que más han marcado la vida social del Estado de Chihuahua y especialmente a la ciudad de Meoqui, que hasta el día de hoy, vive pegada a la historia de los Monitos de Meoqui la cual se repite, una y otra vez, con diferentes versiones.
Por eso, cuando el director del periódico Novedades se enteró de la trascendencia de la noticia, la instrucción que la giró fue no nos separamos del caso. Que estuviéramos permanentemente atendiéndolo, porque a partir de nuestras publicaciones llegaron periodistas e investigadores de todo México y de algunas partes del mundo.
La empresa Imevisión, en ese tiempo con un programa estelar de noticias que se podía observar a nivel nacional y que conducía el periodista Joaquín López-Dóriga, presentó un trabajo especial del también periodista chihuahuense Osbaldo Salvador Ang, quien ese día estrenaba su primer trabajo de trascendencia nacional y, precisamente, el tema era los Monitos de Meoqui.
Con los tres niños tuve una relación permanente. A lo largo de los días se convirtieron en el centro de atracción de los investigadores y periodistas que hacían fila para entrevistarlos.
Contaban los menores que en las escuelas a las que asistían, los maestros les habían prohibido hablar del tema, pero eso no frenó la provocación de muchos de sus compañeros que, en forma dividida, unos les hacían bullyng y otros los elevaban como los héroes de Meoqui.
Me enteré que en el 2010, Sergio Alfonso Lira Robles, conocido como Willy, murió de manera trágica, asesinado brutalmente a cuchilladas en su negocio de corte de cabello. Era estilista.
Los niños relataban que los pequeños amigos habían escogido Meoqui, según la versión de los Monitos, expresada por los niños, porque tenía un clima que permitía realizar las investigaciones sobre el planeta tierra. El afán de aquellos minúsculos seres era adaptarse a la atmósfera terrícola e investigar el comportamiento de la raza humana.
Los Monitos de Meoqui eran delgados, de piel blanca traslucida y de cara redonda. Poseían grandes ojos de color rojo y su nariz apenas se distinguía. La boca era una línea horizontal y al hablar prácticamente no la abrían. No tenían orejas visibles, sino unas pequeñas aberturas que se abrían y se cerraban cuando oían algún ruido. Tenían escasísimo cabello, más bien eran como unos mechones color zanahoria. En el pecho tenían un círculo rojizo, sus manos y sus pies parecían las patas de un batracio y sólo tenían tres dedos.
Ya de grandes, los sobrevivientes de este fenómeno tan especial, aseguran que su encuentro con los Monitos no fue una alucinación, pero estas pequeñas criaturas así como causaron sorpresa y furor entre la ciudadanía, así como supuestamente llegaron, desaparecieron sin dejar rastro y aunque dijeron que regresarían algún día, no se volvieron a ver.
Javier Valenzuela vive ahora en la ciudad de Delicias, pero aún mantiene contacto con la única persona que le podía creer lo que vieron tiempo atrás, su amigo Sergio.
Valenzuela ha tenido cuadros mentales agudos. Según su versión, sigue viendo a los pequeños seres, pero los alienígenas no permiten que se lo digan a nadie. Los monitos se volvían invisibles cada vez que les quería tomar una foto o cuando llamaba a alguien para que los viera.


En varias ocasiones, Valenzuela ha referido que está a punto de enloquecer porque los encuentros que a veces se repiten todos los días y no sabía con qué fin, pues sólo le decían que, en un momento determinado, se lo llevarían con ellos.
La historia de los Monitos de Meoqui permaneció en los medios de comunicación tres semanas después. En dos ocasiones, un fotógrafo y quien esto escribe, amanecimos en la casa de la colonia Barrio Nuevo de Meoqui, intentando descubrir algo nuevo. Lo más sobresaliente que ocurrió fue una madrugada, cuando escuchamos que algo voluminoso y pesado era arrastrado por las calles de Barrio Nuevo. Cuando buscamos el origen, descubrimos que era el puesto de la abuela que era empujado por tres jóvenes y dos señores utilizando unas piezas cilíndricas que lo hacía rodar por el piso sin pavimento.
En otra ocasión, arribaron a la vivienda investigadores del fenómeno ovni de la ciudad de Torreón, Coahuila que era como un grupo de cuatro investigadores que se sentían los Cazafantasmas. Entrada la noche, en espera de la madrugada, colocaron unos sensores en el terreno donde se suponía vivían los alienígenas. Al cabo de unas horas y de realizar varias pruebas, recogieron los aparatos y se marcharon.
En su inmediata partida, uno de los ‘ingenieros’ (que en realidad nunca supimos si tenían ese título), indicó en forma categórica: “aquí no hay nada, no pierdan el tiempo”.
Los técnicos habían utilizado un aparato que hacía la misma función de las sonogramas que utiliza la medicina. Lanzaron impulsos hacia el subsuelo y, al rebotar en las capas terrestres, indicaba si había evidencia de seres vivos.
Así de radical fue el dictamen: debajo de la tierra, en las supuestas cavernas de los Monitos de Meoqui no vivía ningún ser vivo, ni deambulaba un ratón asustado por las ondas lanzadas al subsuelo.
Al siguiente día, sin ninguna evidencia, empezó a circular la versión de que especialistas de la Nasa habían llegado a realizar pruebas al sitio donde vivían los Monitos de Meoqui. En realidad se trataba de los investigadores de Torreón que, en forma empírica, estudiaban el fenómeno ovni. Eran los ‘ingenieros’ que no eran ingenieros y que finalmente acabaron con el mito de los pequeños seres venidos de otra galaxia.
El tiempo transcurría y el periódico Novedades no encontraba una forma de desligarse del tema. La intención era darle una salida a algo que se empezaba a tornar sumamente enredado, un verdadero dolor de cabeza para el medio impreso. Los niños se sostenían en su dicho, la familia había cerrado las puertas de casa y luchaba con las hordas de morbosos que llegaban día y noche.
La población seguía inmersa en una sicosis y se debatía entre el miedo y la confusión.
Una mañana, el director del periódico nos convocó para informarnos que el tema ya no podía continuar en las páginas del rotativo. Me informó que, a partir de ese momento, me relevaba de la cobertura y me recomendó que dejara de viajar a la ciudad de Meoqui, pues el tema tenía que concluir.
Fue entonces que se acordó enviar a un fotógrafo experimentado, Carlos Carrillo, un hombre que había destacado como reportero gráfico en la famosa Operación Cóndor, uno de los operativos militares más trascendentes del Siglo pasado.
Las fotos de Carrillo eran el referente de la cobertura que realizaba el periódico El Heraldo de Chihuahua, cuando el periodista Oscar W. Cheen Vega encabezó la cobertura de la Operación Cóndor, que centraba la actividad militar en el combate a los narco sembradores de amapola y mariguana en la sierra Tarahumara.
Ahora, Carlos Carrillo, era enviado a Meoqui, Chihuahua con el fin de darle conclusión al tema de los Monitos de Meoqui. Llevó entre sus pertenencias un ejemplar de pez diablo, disecado y estando en el lugar de los hechos tomó fotografías y dialogó con los niños para preguntarles si los monitos eran parecidos al pez diablo.
Nunca supe si Carlos inventó la versión de los niños y simplemente tomó la fotografía o si los jovencitos, en un afán de darle fin a la historia, dijeron que lo que en realidad vieron fue un ejemplar acuático, parecido al que les mostró el fotógrafo.
La mentira del pez diablo disecado cubrió la otra mentira, la infantil. Siempre existió la sospecha de la intervención del gobernador del Estado, Fernando Baeza Meléndez que, a través de un funcionario de primer nivel, había solicitado al medio impreso que acabara con esa narrativa fantasiosa.
Esa versión queda como una de tantas que se tejieron en torno al tema de los famosos humanoides.
Así fue como el periódico Novedades decidió concluir el tema de los Monitos de Meoqui. He sabido que el entonces director del periódico Novedades, Javier Contreras ha dado conferencias en relación al tema de los Monitos de Meoqui. Creo que es un buen interlocutor del fenómeno, el cual vivió y dirigió desde el escritorio donde laboraba en Novedades de Chihuahua.
La historia, pero la historia como tal, con pelos y señales, la podemos platicar los que estuvimos en campo, los que disfrutamos de la fábula extraordinaria de tres niños que nos hicieron creer un acontecimiento que planearon muy bien en sus mentes y patentizaron en la realidad de un mundo que se fascina con lo sobrenatural, con lo que nadie puede explicar.
Treinta y seis años han transcurrido desde aquel octubre de 1987. Con sorpresa he leído historias de periodistas que nunca estuvieron en el lugar de las ‘apariciones’. O que algún día fueron como simples espectadores.
Las crónicas que existen en la red de Internet están desprovistas de la información real y comprobable en el momento en que se produjo el fenómeno y algunas son fruto del protagonismo del presente. De allí la premisa, a veces altiva, que establece que “solo los periodistas pueden escribir las historias verdaderas”.


Los advenedizos, los que son solo pericos de la comunicación que repiten lo que otros escriben, no están en posibilidad de contar la historia como fue. Espero que esta aportación sirva para ubicar a cada hacedor de historias en el terreno de los hechos.
Cualquier particularidad que pueda estar olvidando en este trabajo periodístico, se puede complementar en la hemeroteca de la Biblioteca Central de la Universidad Autónoma de Chihuahua que guarda una parte del acervo bibliográfico del periódico Novedades de Chihuahua.
Si tiene alguna aportación sobre este tema, escriba al correo personal del autor del articulo: mcimexico.usa@gmail.com