Donald Trump alcanzó los 277 votos electorales, superando los 224 de Kamala Harris. La cifra mágica para asegurar la victoria en las elecciones presidenciales de Estados Unidos es 270, y Trump ya la había sobrepasado, asegurando su reelección.
Aunque no sorprende que Trump haya mantenido los tradicionales bastiones republicanos como Florida y Texas, lo verdaderamente destacado de su victoria es que logró adueñarse de cuatro de los siete estados bisagra que históricamente han sido decisivos en la elección: Pennsylvania, Carolina del Norte, Georgia y Wisconsin. Este desempeño fue clave para su triunfo, y según el recuento de la agencia de noticias Associated Press, Trump no solo se llevó el Colegio Electoral, sino que también ganó el voto popular, según cifras del The New York Times.
Ya en la madrugada, Trump proclamó su victoria ante sus seguidores en West Palm Beach, rodeado de su familia, incluida la primera dama, Melania. En un tono triunfal, aseguró: “Hemos hecho historia” y agregó: “Vamos a ayudar a nuestro país a sanar”. Con su característico estilo, Trump logró captar la atención de millones de estadounidenses, quienes le otorgaron su confianza, viéndolo como el candidato que mejor entiende sus preocupaciones.
Por su parte, la campaña de Kamala Harris, que aspiraba a recuperar el “muro azul” de estados clave como Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, se vio opacada por los triunfos de Trump en estos mismos territorios. El desánimo fue evidente en la sede del Comité Nacional Demócrata en Washington, D.C., donde Harris se encontraba al tanto de los resultados. La candidata no hizo ningún discurso ante sus seguidores, y la esperanza se desvaneció a medida que los votos de los estados clave comenzaban a inclinarse a favor del republicano.
Se reflejaron indicios de que el voto latino jugaría un papel crucial en los resultados. Las encuestas a pie de urna realizadas por NBC News indicaron que los hombres latinos votaron mayoritariamente por Trump, con un 54% frente al 44% que optaron por Harris. Esto, combinado con el hecho de que un porcentaje significativo de votantes señaló que la economía y el empleo eran sus principales preocupaciones, dio un giro importante en la narrativa electoral. Alrededor del 50% de los votantes indicaron que el futuro de la democracia era el factor más influyente en su decisión, lo que dejó claro que temas como la economía, la seguridad y la estabilidad política dominaron el debate.
El regreso de Trump a la Casa Blanca parece consolidarse con este triunfo, que no solo resalta su habilidad para conquistar los estados bisagra, sino también su capacidad para conectar con un electorado preocupado por la economía y el futuro del país. Mientras tanto, la campaña de Kamala Harris, que aspiraba a recuperar la presidencia para los demócratas, se vio eclipsada por la fuerza de Trump en el campo de batalla electoral. La tensión no ha desaparecido, y es probable que el clima político en Estados Unidos siga siendo tan polarizado como antes, mientras los ecos de esta contienda sigan resonando en las calles y en los medios de comunicación.
Se aferró Claudia y ganó
Como reza el refrán culinario, “este arroz ya se coció”, es decir, cuando algo ya está hecho, cocinado, listo para servir y, generalmente, con un desenlace exitoso. Así ocurrió con la Reforma Judicial impulsada por el gobierno de la Cuarta Transformación (4T), que, tras un extenso y tenso debate en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), finalmente se resolvió a favor del proyecto del Ejecutivo.
El proceso fue largo y complicado: más de 12 horas de discusiones entre los ministros, en las cuales se desglosaron los argumentos jurídicos vinculantes a la reforma constitucional que estaba en juego. A lo largo del día, se trató de analizar si la propuesta, que había sido aprobada en el Congreso por los legisladores de Morena, podría proceder sin mayores modificaciones.
En términos simples, la reforma proponía una modificación importante al sistema judicial, particularmente sobre la elección popular de los jueces, lo que generó una ola de debate jurídico en la Corte. Los ministros debatieron si se podía o no detener esta reforma, un proyecto que en esencia planteaba un freno a la elección popular, y que, de ser aprobado, representaría un golpe a la autonomía del Poder Judicial.
El punto crítico estaba en que para que los ministros pudieran votar en contra (o a favor) de la reforma, necesitaban el respaldo de al menos ocho de los 11 votos disponibles en la Corte. Sin embargo, sólo seis ministros estaban dispuestos a rechazarla, lo que dejó a la Corte en una posición de bloqueo. La falta de consenso obligó a los magistrados a inclinarse hacia el principio legal de que, sin los votos suficientes, no podían entrar al fondo del debate.
Pese a que los argumentos legales y constitucionales eran sólidos, el proceso no pudo avanzar. Los ministros de la Corte, en su mayoría, se vieron incapaces de desentrañar la reforma de la 4T en un contexto en el que los marcos legales eran inquebrantables, y la Ley terminó prevaleciendo. Como dice el dicho, la ley es la ley.
Sin embargo, más allá de los aspectos legales, las sombras de la política fueron inevitables en este proceso. Mientras algunas ministras se mostraban proclives a respaldar el sistema propuesto por la 4T, el verdadero “Judas” de la Corte fue el ministro Alberto Pérez Dayán, quien a última hora se rajó y reculó, un cambio de postura que no pasó desapercibido. En los pasillos del poder se comenta que la “regulación” del sistema operó con eficacia, sugiriendo que el ministro Pérez Dayán pudo haber sido influenciado por presiones externas, como la ominosa “carpeta penal” que supuestamente tiene pendiente por una acusación de violación sexual y otras posibles irregularidades.
Aunque esta es solo una especulación que corre entre algunos analistas, lo cierto es que la renuncia de la Corte a entrar en el fondo de la reforma deja en evidencia la influencia política sobre el máximo órgano judicial. No es un secreto que la Corte ha sido vista con desconfianza por el régimen, que ha buscado en múltiples ocasiones moldear a su favor las decisiones de los tribunales. En este caso, aunque la reforma judicial sigue en pie, la percepción es que las maniobras políticas bajo la mesa operaron con más fuerza que los argumentos jurídicos.
El ocaso de Brigihte Granados
El dicho popular que corre por los pasillos del poder en Chihuahua es claro: “el ocio da por hecho” que la dirigente estatal de Morena, Brigihte Granados de la Rosa, estaría ya haciendo las maletas para dejar su puesto. Y no es para menos. La reciente visita anunciada de Luisa María Alcalde, la dirigente nacional de Morena, junto al hijo del ex presidente, Andrés Manuel López Beltrán (a quien apodan El Moches 2.0 por su relación con diversos casos de “moches” y su cercanía con círculos de poder), ha encendido las alarmas dentro de la estructura de Morena en el estado.
Granados, a pesar de su rol al frente de la dirigencia estatal, no ha logrado construir una figura de jerarquía ni mucho menos de liderazgo en la entidad. Si bien es reconocida dentro del partido, su influencia parece más bien difusa, sin una base sólida ni presencia efectiva en los terrenos donde realmente se juega el poder. La crítica interna es fuerte, y algunos observadores se preguntan si su permanencia al frente del partido en Chihuahua tiene alguna justificación más allá de los favores políticos que pudo haber recibido desde la cúpula.
Uno de los indicios más reveladores de su falta de control es su aparente desconcierto ante la gira programada para el 10 de noviembre, que contará con la presencia de Luisa María Alcalde y el hijo del ex presidente. Curiosamente, Granados parece estar completamente ajena a los detalles de la visita, mientras que la coordinación y la organización de la misma han quedado en manos de la Secretaría del Bienestar, encabezada por Adriadna Montiel Reyes, quien se ha convertido en una de las figuras más influyentes de la 4T en el estado, con el respaldo de su equipo cercano.
Este desajuste en la estructura de Morena en Chihuahua refleja, además, una desconexión preocupante entre la dirigencia estatal y la cúpula nacional del partido. En lugar de Granados, es Montiel Reyes quien está tomando las riendas en la coordinación de la visita de los dirigentes de Morena.