Luro Verum
Por Rafael Navarro Barrón
Una enfermedad repentina llegó a mi vida. A partir del diagnóstico, que ubica el padecimiento médico como ‘terminal’, comprendí que la inesperada noticia traía aparejada muchas cosas cambiarían mi vida. Así fue.
No soy el único, ni seré el último. Me siento pleno y lleno de esperanza. No espero milagros ni la conmiseración de los que me rodean, lo que deseo es no perder un minuto más de mi vida en el ruido innecesario de la cambiante existencia.
Le he pedido a Dios que me permita seguir escribiendo. Que me ayude a desenredar mis dedos cuando tropiecen entre sí y se nieguen a mantener vivo este peculiar oficio, el mejor de todos, en el que cumplo 42 años. Ufff, toda una vida en el periodismo activo.
Amado Nervo, en la cúspide de su vida terrenal, encontró la inspiración en la existencia misma. Ahora yo me arrimo a su poema y junto con él expreso el agradecimiento que siento en mi corazón, como lo hace el poeta en su elegía ‘En Paz’.
Advierto que el espíritu indomable del poeta encontró la plenitud en cuatro simples frases: “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”
Yo también estoy en paz. He de reconocer que no me siento bien observando a tanto miserable a nuestro lado que se levanta todos los días para mentir, traicionar y robar; y que justamente dicen defender las tres causas como un precepto de vida.
La enfermedad no creo que me mate mañana, ni estoy metido en una cama esperando la muerte; de eso se trata la supervivencia: de luchar, de buscar, de prepararse para conocer a qué enemigo interno estamos enfrentando.
Recuerdo la pregunta que le hizo un pastor cristiano al ingeniero Federico de la Vega. “Federico ¿qué ofrecerías a Dios si te sanara de todas las enfermedades que padeces?” El boyante empresario se quedó serio por un momento. Miró al pastor y miró a los presentes. Y luego respondió: “toda mi fortuna la entregaría a la causa del Reino de Dios”.
A los 84 años de edad, en un complejo final de su existencia, el empresario falleció dejando un legado muy importante a Ciudad Juárez. De alguna manera, entregó a Dios todo lo que él era.
En este breve texto intento ser la voz de muchos pacientes que, como yo, se enfrentan cada día a la terrible necesidad de acudir a una institución médica como el Issste, que es el reflejo nefasto de la forma de administrar de esa burocracia ciega, de alto nivel, que miente, que traiciona y que roba al pueblo. Que nunca acepta la realidad de las instituciones y del pésimo servicio que prestan.
Cuando me diagnosticaron inicié con las visitas a la institución que se encarga de otorgar atención médica y servicios sociales a los burócratas federales.
Estoy enterado que mucha gente ha sobrevivido, con cautela y paciencia, a un sistema de salud jodido, pero muchos otros han muerto por la negligencia médica que allí impera.
Sí, el Issste y su burocracia maldita, son los grandes asesinos de afiliados a esa institución que, se supone, presta los servicios pero ‘de a mentiritas’ a personal activo y jubilado al servicio de la federación. Las pruebas abundan.
Acepto que hay médicos y personal de asistencia, bondadosos, pero sin instrumental, sin equipo, sin material quirúrgico para laborar. Son empleados que, a pesar de ser buenos, están llenos de ira contra el gobierno que administra negligentemente los recursos económicos del Instituto; que subestima y se burla de los pacientes y que no sienten dolor ante el peligro de que éstos mueran o reduzcan sus expectativas de vida por no ser atendidos adecuadamente.
En casi dos años, mi mente ya se adaptó a ese sistema, pero no lo acepto, ni puedo ser comparsa.
Todos sabemos que al entrar a los baños hospitalarios no habrá papel en el inodoro, ni jabón para lavarse las manos. Que la infraestructura es denigrante, una auténtica mentada de madre para los derechohabientes… pero nadie dice nada.
Los buzones de quejas que existen en los edificios del Issste son auténticas cajas inservibles que nunca serán atendidas por alguien serio o que se comprometa a hacer algo para mejorar lo que se está exigiendo.
Increíble: si algún paciente desea hacer del dos, tendrá que colocar sus asentaderas en un escusado sin ‘asiento’, maloliente, en una taza donde nadan las heces fecales, porque el retrete está tapado y la mierda no se alcanza a ir, solo da vueltas, como bailando una danza al ritmo de la 4T.
Y a un lado de los mingitorios, las láminas que dividen los meaderos, para que el usuario de al lado no vea las miserias humanas que le cuelgan al vecino, están oxidadas, porque la orina es ácida y salpica por todos lados. Con el tiempo los líquidos humamos fueron devastando las laminillas que han sido pintadas una y otra vez, pero la oxidación no termina nunca.
El “chinga a tu madre”, que en alguna ocasión, allá por los 90s, puso un derechohabiente despechado, utilizando un elemento puntiagudo, se levanta y se vuelve a levantar, aún sobre la pintura gris que le colocaron los administradores en turno, por lo que la mentada de madre se hace patente cada sexenio, con justa razón.
Y allí estoy, meditando en la jodidez. Sentado en la antesala de los consultorios de la clínica que se ubica en el suroriente de la ciudad, cuyos valientes empleados se esmeran por tenerla limpia y confortable, pero es imposible.
Escucho con mucha paciencia las quejas de los pacientes que, como yo, pierden horas y horas en la antesala de los consultorios. También escucho, con mucha atención, al médico que le mienta la madre a la institución porque le exige que atienda, por el mismo sueldo y en su tiempo laboral, al doble de los pacientes.
Mientras me pierdo en la nada de las horas de espera, leo el libro ‘El pastor de masas. AMLO: una religión populista’ de José Gil Olmos, me distrae un grupo de jovencitos y jovencitas, vestidos de blanco.
Me distraigo porque una de las estudiantes de enfermería alza la voz para anunciarnos “que tienen algo importante qué decirnos”. Volteo a mi alrededor y me doy cuenta que estoy rodeado de un ejército de adultos mayores que, como yo, esperan consulta.
Lo “importante que tienen que decirnos” es que estamos justamente en el día de la salud sexual. Los estudiantes prepararon una mini cátedra de ‘salud reproductiva’, donde explican el método idóneo para evitar los embarazos no deseados.
Los futuros enfermeros y enfermeras llevan cartulinas donde viene dibujado un pene con todas sus articulaciones y vasos sanguíneos; en otro la vagina humana y los órganos reproductivos femeninos que se encuentra en el interior del cuerpo humano.
Con las voces como actuadas, como la de los merolicos que venden platos, vasos y cobijas en las ferias, nos van explicando cada órgano y su función. El momento es tan penoso que muchos de los compañeros y compañeras de la tercera edad fingen que miran para otro lado, como cuando los meseros nos llevan el aparato que sirve para que nos cobren con tarjeta y mientras uno pone el nip ellos miran hacia la nada…haciéndose pendejos, diría un buen amigo.
Los futuros profesionales de la enfermería nos enseñan cómo usar los condones, las pastillas anticonceptivas y para hacer más dramático el momento, nos hablan del mortal medicamento que asesina a los bebés recién concebidos, la mal llamada “pastilla de un día después”.
La mini cátedra termina con la pregunta “¿tienen alguna duda? Mis compañeros, aquí presentes, pueden aclarar todas sus preguntas”.
Y allí estoy yo, mirando a mí alrededor. Pensando que los adiestrados estudiantes de enfermería acaban de burlarse del público existente, casi todos mayores de 50 años. Ninguno propenso a divagar y a preocuparse por la reproducción humana. Por nuestras mentes corre la preocupación de si ese día está lista la dotación de Paracetamol, de diclofenaco, de Naproxeno, de Levodopa, de Mirtazapina…
Con la misma enjundia con la que llegaron, los estudiantes se retiran de la sala de espera sin recibir a cambio una pregunta. Todo está muy claro.
Para no sentirme burlado dialogo con el ser interior que a todos nos acompaña y llego a la conclusión de que la mini catedra es parte de su formación y es cómo la institución los hace sentir importantes y ocupados.
Sabemos que en la práctica son diestros para tomar la temperatura, la presión arterial y la oxigenación a los pacientes del Issste. Quizá mañana, en otra cita, en otro día se celebre el día internacional de abejas madre y nos den otra charla de las propiedades de la miel.
Luego viene lo mejor de todo. La cereza del pastel de aquella apoteósica mañana: entrar al consultorio médico e ilustrarnos con las maravillas de la atención médica del tercer mundo. Del interior del consultorio la voz del galeno cita mi nombre. Es la hora de la consulta.
El galeno es un joven que no rebasa los 40 años, pero que ya tiene las ínfulas, la doctrina de la soberbia que le inyectaron en la facultad de medicina donde estudio. En cada palabra hace patente la autosuficiencia que lo hace imponerse al paciente. Solo pregunta, no ausculta ni traspasa la barrera de su escritorio, provisto de una cubierta de acrílico para evitar los contagios.
Un facultativo que se queja y se queja del jodidísimo sistema de salud mexicano. Que retrata la imagen misma del fracaso del actual gobierno federal.
Allí estamos, frente a la versión cantinflesca del ‘Señor Doctor’, la película que narra la historia del inexistente ‘Salvador Medina’ (protagonizado por Mario Moreno) que parafraseando inexactamente al sabio Séneca decía “yo solo sé que soy muy bruto”.
La revuelta social surge desde los mismos consultorios del Issste, como deben de ser todas las revoluciones, nacidas del pueblo. Los médicos sugieren a los pacientes que protesten, que exijan mejores condiciones médicas. Esa rabia escondida se inyecta como una porción de diclofenaco en la vena de un doliente afiliado del Issste.
Lo escucho mientras miro el consultorio desprovisto de todo. La cama de auscultación clama por ver postrado a un paciente; el médico no parece médico. Ese día me consulta un joven lleno de tatuajes, sin estetoscopio en el cuello. Que escribe, escribe y escribe todo lo que uno le platica.
Luego viene el adoctrinamiento. Estoy frente a un libro de texto de primaria escuchando a un caudillo que motiva a los pacientes para que llevemos nuestras demandas a los líderes corruptos de los sindicatos que, de vez en cuando, hacen acto de presencia en los nosocomios para reclamar los derechos laborales de sus afiliados.
Pero no, son demasiado corruptos para exigir el cambio. Ellos viven muy bien y ni siquiera acuden al Issste cuando se enferman. Del sindicato nadie protesta, nadie exige. Es mejor comprar el medicamento faltante de la receta en una farmacia barata que esperar a que llegue a la botica del Issste.
Porque hay que explicarlo, la receta completa rara vez se surte, es la regla. Ya se hizo un hábito que será muy difícil de retirar de la institución. De hecho un enorme letrero advierte que si la papeleta no se usa en tiempo y forma, pierde su validez y hay que regresar con el médico general por otra orden que otorgue el derecho de recoger el medicamento que no se entregó.
Si te estas muriendo, te vas a morir. Los estudios de laboratorio te los van a realizar uno o dos meses después de la consulta que acabas de tener con el médico. No se diga el pase con los especialistas.
Tres meses después de la visita al médico general, estaremos en la sala de espera del especialista, iniciando un nuevo proceso, con un galeno huevón, mediocre, centavero y sin ética. Qué en su consultorio privado ofrece un servicio personalizado y muy profesional, pero que en el sector público tratan a los pacientes con la punta del pie. ¡Culeros!
Por eso el boyante surgimiento de tanto hospital privado, de tanto médico con especialidad que ofrece sus servicios a un costo de atención que va de los 700 a los 900 pesos por consulta, sin descuento por senectud ni porque el paciente es un infante.
Si bien nos va, nos realizarán a tiempo los exámenes médicos que nos solicite el especialista, pero casi siempre no nos va bien, al contrario, siempre hay algo de dificultad en todo.
Si bien nos va los estudios subrogados serán autorizados por la dirección médica y realizados por el hospital privado que otorgue mejores precios al Issste, pero casi siempre no nos va bien. Conseguir una subrogación depende de la próxima visita con el especialista que casi siempre se alarga y se alarga, hasta que la gente se cansa y acude con un médico particular o a un laboratorio privado.
Tres meses después regresaremos con el médico tratante para que nos indique cuál es el camino a seguir…hay que pedirle a Dios que no se ordene una cirugía, porque entonces enfrentaremos otra incidencia dolorosa.
Si tenemos suerte, la cirugía se realizará en la fecha programada. En lo que no tendremos suerte es en el cuarto donde se confina a los pacientes. Habrá que aguantar las sábanas que se caen de viejas y gastadas. Una cama sin almohada y un baño compartido, que lo utilizan por turno las damas y los caballeros. Así de ojete es el asunto.
Los cuartos privados son para los pacientes fifís. El día de mi internamiento, previo a una cirugía programada, me confinaron en un cuarto nauseabundo, teniendo como compañero de cuarto a un militar que se encueraba y se paraba en la cama. No podía caminar muy bien y varias veces se orinó en el suelo.
Los hediondos ríos de orina corrían hasta el pasillo lo que hacía imposible caminar por el cuarto. Como buen militar emprendía una guerra diaria para evitar bañarse. Las enfermeras lo persuadían sobre la importancia de estar limpio, pero el hombre oponía resistencia, luchaba desde su trinchera y colocaba las trincheras de orina pestilente para lograr su objetivo.
Como les dije ya, una enfermedad repentina llegó a mi vida, pero mientras Dios me de vida estaré luchando por sobrevivir…por vivir. No pienso quejarme por lo que ahora siento y experimento. No creo en los premios y castigos divinos; por el contrario me ajusto a la bendición del Dios en el que creo, me convence y mucho la doctrina de Jesús que murió por mí y por todos los seres humanos que han pisado este planeta.
En mis días sombríos me ajusto al texto bíblico de Job, el justo, que en alguno de sus diálogos dijo: “El Señor dio, y el Señor quitó; Sea el nombre de Dios bendito… Job, no atribuyó a Dios despropósito alguno”. Ni yo lo haré.
Mientras tanto, buscaré, indagaré, luego escribiré, porque hasta el último suspiro debemos de hacer lo que nos gusta y apasiona, sin miedo, sin remordimientos…la vida sigue. Firme y convencido espero ver el fruto de mi tierra.
Gracias por leerme.