Luro Verum
Por Rafael Navarro Barrón
¿Qué le pasó a la política, a los políticos?, tengo que hacerme a mí mismo esa pregunta bizarra, complicada para un simple mortal que va de paso por el planeta tierra. Hay que razonar con pragmatismo y dejar la visión existencialista para los filósofos. No me juzguen, por más que quise nunca alcancé el grado de intelectual porque a mi si me gusta trabajar y bañarme a diario.
Un día Francisco Villarreal me dijo: “Rafael, me gusta platicar contigo, siento que estoy con un intelectual que entiende la visión social y está consciente que el arte y la literatura, son una puja social.” Aquel regordete alcalde me movió el tapete, me sentía como un cortesano recorriendo los pasillos del Palacio de Versalles en los tiempos del Rey Luis XIV.
Ese día, el brillante alcalde nos había convidado unas costillas de cordero al horno y como corolario recitó en francés un poema en honor, precisamente, de Luis XIV, conocido como Luis el Grande o el Rey Sol, el monarca que impuso la moda de la peluca para cubrir un penoso problema capilar que le causaba ansiedad y comezón. Su reinado duró 72 años y 110 días, el más largo de la historia del mundo.
La matraca mental nos hace crecernos, nos infla. En este universo pedorro del periodismo hay quien nos ensalza de más y hay quien nos envía a la alcantarilla de la honra. Por eso el elogio del entonces alcalde de Juárez, que aseguraba que yo era un intelectual, me duró lo mismo que el aroma de un perfume de Avon.
El escaso análisis de las circunstancias políticas se ha convertido en un enjambre de contradicciones, por eso en la actualidad hay tanto político que se siente tocado por Dios, auténticos imbéciles que deambulan en las oficinas públicas, en los congresos, en el poder judicial tomando decisiones al margen del pueblo. Mentecatos.
Aquí la pregunta es genuina:
¿Los gobernantes y, en sí, la gente de la política, siempre han sido así y nunca nos dimos cuenta o son víctimas de una transculturización que desactivó la fábrica de testosterona de los varones de la función pública y activó el submundo de la equidad de género, donde ¡a huevo!, aunque sean unas pendejas y conflictivas, deben de estar las mujeres en los asuntos del poder?
Y antes del linchamiento que provendrá del ‘lobby gay’ del Congreso del Estado, me declaro defensor de la igualdad (hombre-mujer), de las oportunidades en los ascensos laborales y un eterno luchador por la igualdad y mejora salarial en beneficio de las mujeres.
Nunca más las mujeres deben de ser maltratadas por el atavismo político del mal llamado sexo fuerte, pero no les hacemos justicia cuando las metemos, a huevo, implorando la equidad.
Pasando a otro asunto, debo de reconocer que en mi diccionario de adjetivos, de los cuales abuso con mucha frecuencia, al grado tal que me declaro ‘adicto’ a esa forma gramatical, porque me ocurre que cada vez que agarro la pluma, me vienen unas ansias por mentar madres y decirle pendejos a quienes se lo merecen.
Confieso que como exponente de la fe cristiana, posiblemente esté incurriendo en una falta religiosa al ofender a mis hermanos políticos. Sí, caigo en esos entuertos dogmáticos que me acarrean infinidad de críticas entre los feligreses, pero no puedo ponerme un silicio y tirarme en la nieve como el santo de Asís, que batalló para vencer las tentaciones de la carne.
Por la docto en sus matrículas canónicas, pensé en alguna ocasión que el padre Aristeo, podría ayudarme a destrabar los entuertos arriba citados, pero con tanta habladuría que se cargan contra el prelado, preferí dejar todo en un simple pensamiento.
Doy el crédito al alcalde de Juárez, porque me ayudó a complementar el listado de los muchos epítetos que intento utilizar cuando me pongo de baquetón a tratar de reescribir la historia de la política actual. Hay tanto redactor de mamotretos, auténticos maromero y lambe botas en el medio periodístico, que es necesario recomponer las planas mal hechas y llenas de jiribilla.
No tengo información que me permita asegurar si Cruz Pérez Cuéllar estudió el guion que le dio vida a la rueda de prensa, llamada ‘la mañanera’, pero en el contexto de la pregunta, al referirse a Juan Carlos Loera, el alcalde alzó la voz con especial énfasis y dijo, palabras más, palabras menos, que el súper era un fantoche y fanfarrón.
No sé si Loera se sintió ofendido. El súper es una persona hipersensible, pero en su favor debo decir que se crece al castigo. Si habláramos del mundo animal tendría una piel gruesa como ciertos cuadrúpedos, que no pienso citar ninguno porque no vaya a creer el súper que lo estoy comparando.
Ha librado luchas internas y externas en la función como delegado de los Programas de Bienestar. Y allí están, a dale y dale. No se pierden la oportunidad del “parque, liga y ligazo contra el súper”.
Según los vituperios del vulgo, Loera es algo así como el don Vito Corleone de la Aduana Fronteriza. Antes de la llegada de los militares, las habladurías estaban por todos lados; su fortuna lo ubica ya en los cuernos de la luna, de tal forma que si es o no gobernador, ya no importa mucho, porque gracias a los programas de Bienestar, dice el vulgo, ha robado casi lo mismo que César Duarte en un sexenio.
Pobres indios pata rajada de la sierra chihuahuense. Ya eran pobres y el delegado, según las habladurías, los ha empobrecido más al grado tal que ya no les alcanza para echarle azúcar al pinole, mucho menos canela. Todo es porque el canalla de Loera les ha robado sus centavitos y cada vez que los visita, los podres rarámuris aparecen con la boca seca seca, porque ni para el teshuino alcanza ya el chivo gubernamental.
Y así, como una romería, corren las versiones de cuanto lefio habla del súper, que se describe así mismo como la reencarnación de Robín Hood, aunque las malas lenguas lo asemejan a Chucho el Roto, porque se parece más al popular personaje del siglo pasado.
Pues resulta que el descrito como fantoche y fanfarrón, el amigo Loera, navega con la costumbre de pelear con cuanto sayo se le pone en frente; su nivel político ha sido debilitado por su mista tozudez al ponerse al frente de las pírricas batallas que terminaron convirtiendo al gigante del circo en un enano vacilón.
La escena del Congreso del Estado, es el más claro reflejo de la fanfarronería morenista. Quizá desde el interior no se tiene una idea clara de quién es Benjamín Carrera. Llevarlo a la competencia no fue un acto de democracia, sino una afrenta al sentido común. Luego vino la decisión de Adriana Terrazas Porras de aceptar la presidencia de la mesa directiva sin objetar la propuesta de los partidos contrarios a Morena.
Y aquí es donde las conjeturas hacen acto de presencia: ¿Y la inclusión de género? ¿Y el razonamiento de unidad morenista? ¿Y el grito unánime de uno para todos y todos para uno?.
En una definición simple, ‘fantoche’ es una persona grotesca y desdeñable. Fanfarrón se describe como “una persona que se jacta de ser lo que no es”.
Y allí es donde debemos colocar a los políticos de hoy. No son los nuevos tiempos, sino una camada de servidores públicos que no alcanzan a visualizar lo que es y significa el ejercicio del poder cuando se está al frente de una estructura de gobierno.
Por eso los columnistas del Siglo XXI nos deleitan con lo que ven y analizan. Se congracian escribiendo cuanta estupidez les cuentan y elogian a sus mecenas utilizando el estilo de los ‘grandes’ de la comunicación: Paty Chapoy, el desgraciadísimo y caustico de Daniel Bisogno, el closetero de don Pedrito Sola, el inigualable Juan José Origel y ‘la reina de la radio’, Maxine Woodside.
No sé cuántas horas más siga siendo morenista Adriana Terrazas Porras, una política a la que conocemos de años…sí, la conocemos. Podríamos describirla como una persona con experiencia, trabajo e institucionalidad. Pero ser institucional en un partido como Morena reviste una problemática porque ninguna de las fuerzas visibles se disciplina.
No entiendo por qué los paleros de Loera odian a Cruz Pérez Cuéllar si son del mismo partido y viceversa. En pos de una disciplina inexistente el profe Martín Chaparro, ex dirigente de Morena en el Estado, vivió por meses pegado al Pepto Bismol de tanto coraje que tuvo que afrontar en el mano a mano con el delegado de Bienestar.
No sé si Rosana Díaz y Magdalena Rentería, en su calidad de diputadas de Morena, rechazaron el cargo en la mesa directiva del Congreso del Estado, por decisión propia o por presiones del partido. Qué lástima que haya sido lo segundo.
En particular, siempre he sido respetuoso de la figura del Presidente de la República en turno, pero abundan las objeciones en cuanto a un gran número de decisiones y expresiones que emite públicamente.
Lo que no estoy seguro es si una figura como el alcalde de Juárez, o el delegado de Bienestar, o si los radicales y miembros del Lobby gay del Congreso del Estado, afiliados a Morena, están siempre de acuerdo con el presidente.
Porque podemos defender la figura de Andrés Manuel López Obrador, esa misión no está en duda, pero sus decisiones no pueden ser siempre aceptadas, ciegamente, por sus correligionarios.
No soy un periodista sentimental de la tercera edad, ni un irremediable llorón que sufra por los tiempos que se fueron. Pasado y presente es lo mismo. Periodísticamente disfruté mucho ser reportero en momentos tan cruciales para el Estado de Chihuahua y para México. Ahora lo disfruto de otra manera.
Eran los tiempos en los que el periodista salía a la calle a ganar la nota, a competir contra otros reporteros que anhelaban lo mismo. Establecimos una competencia sana, legítima, en defensa del medio que nos arropaba; ganar una noticia nos obsequiaba el privilegio de una gloria que apenas duraba 24 horas y después se desvanecía, pero ese día éramos la noticia de la noticia.
Las notas periodísticas audaces y bien trabajadas generaban reacciones que nos acalambraban la panza, que nos robaban el sueño esperando su divulgación.
Transcribir un boletín de prensa era denigrante, hoy es una práctica común, tan ordinaria que hay ‘reporteros’ que reescriben, transcriben, copian y pegan más boletines que información periodística creada por ellos mismos.
Era poco frecuente, pero ocurría, que un funcionario fuera destituido de su cargo por el contenido de una investigación periodística.
No se publicaban tantos chismes, ni rumores estúpidos como los que abundan en las columnas periodísticas de hoy en día. Un columnista era una persona seria; El Diario de Juárez, que siempre se distinguió por la fuerza de su columna, con un contenido creíble, hoy no es más que una sección dedicada al chisme, escrita con las vísceras.
Las investigaciones periodísticas del pasado partían de una denuncia pública llena de huevos, bien estructurada y con días o semanas de investigación que incluía el análisis de documentos y la asesoría de especialistas en el tema.
Era un orgullo que nos corrieran de los medios de comunicación, por una nota que no le gustó a alguien o porque el poder (hasta el del narcotráfico) le llegó al precio al propietario del medio de comunicación.
“Te corro por seguridad…no queremos que nada te pase” o la clásica “hiciste enojar al gobernador, al alcalde, al diputado…”, señalaba el director o el mismo propietario del medio y su respuesta nos hacía sentir como pendejos; luego nos enfrentábamos al momento penoso de salir cargando los pocos bienes que teníamos en un cajón, bajo la mirada de los guardias que nos escoltaban hasta la calle.
Luego venía la segunda parte de la historia. Ya corridos, nos íbamos a casa a recibir la segunda pendejeada, la que nos daban nuestros seres queridos.
“Te lo dije, pendejo, pero te metes de más…crees que tienes siete vidas, como los pinches gatos… Ahora de qué vas a vivir, de tus noticias exclusivas” y así, la perorata en carrusel, y nosotros, los periodistas, sintiendo que el mundo era una simple rodaja de manzana y que éramos el factor de cambio del México moderno.
Nos tocó ser testigos y víctimas de las oleadas de despidos, que se repetía año con año. El Diario corría en octubre; El Norte en marzo; El Fronterizo-El Mexicano, cuando alguien la regaba gacho; los canales de Televisión eran más estables, salvo Televisa que hacía sus limpias con mucha frecuencia.
En radio pasaba lo mismo. Las limpias llegaban cuando se acababa el presupuesto o en los cambios de gobierno, porque llegaba el PRI o llegaba el PAN y los propietarios tenían que presentar como ofrenda de paz la cabeza de los posibles detractores del partido ganador del proceso electoral.
Los más vulnerables de los medios de comunicación eran siempre los fotógrafos y los reporteros. El mismo fenómeno, pero con menos frecuencia, se registraba entre los directores y sus equipos de trabajo. Los despidos desataban el morbo en las redacciones de todos los medios de comunicación y no se diga en las entidades públicas y políticas.
Muchos directores fueron despedidos por presiones de personajes que ejercían poder en las estructuras de poder que existían en la ciudad. Los dueños preferían los abultados contratos de publicidad que defender la dignidad y el profesionalismo de sus periodistas.
Pasaba lo mismo en la función pública. Los funcionarios de esa época tenían más entereza y hombría política, eran más disciplinados y menos llorones. No andaban con tanta mamada, como ocurre en la actualidad.
¿Qué nos pasó? Esa es una pregunta que todos sabemos la respuesta, pero nos hacemos pendejos como si nada ocurriera.