La Pache Pache en campaña

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Luro Verum

Por Rafael Navarro Barrón

El aplausómetro no mintió cuando los juarenses reunidos en el gimnasio de la Uacj para escuchar a la candidata presidencial Xóchitl Gálvez, escucharon el nombre de Francisco Barrio Terrazas, el exgobernador de Chihuahua. El político, visiblemente entero en todas sus capacidades, a sus 73 años, recordó los tiempos pasados, como cuando fue alcalde de Juárez y gobernador de Chihuahua.

Debo decir que no lo tuve en mente a Pancho Barrio cuando referí que el finado Teto Murguía era un político de peso y representativo de Ciudad Juárez. Fue un grave error. La fuerza del exalcalde, exdiputado, exgobernador, exmiembro del gabinete de Vicente Fox y exembajador en Canadá, es innegable e imprescindible en las lides de la política, sobre todo en este momento que se juega algo más que una simple elección.

La simpatía que ha adquirido el político arraigado en Ciudad Juárez desde hace muchísimos años, pero nativo del municipio de Satevó, es un factor importantísimo en el presente proceso electoral donde los mexicanos, entre otros puestos de elección popular, vamos a decidir quién es la próxima presidenta de la república.

Barrio Terrazas regresó con el ímpetu y el empuje que otorga el conocimiento de la verdadera política mexicana. Como gobernador, hay que decirlo, defraudó a muchos de sus seguidores que esperaban un cambio en la administración y en el Estado de Chihuahua, que había sido manoseado por las dictaduras priistas.

Francisco Barrio perdió contra Fernando Baeza Meléndez, en un proceso electoral marcado por el fraude en las urnas. El priista gobernó de 1986 a 1992. El innegable colmillo del apodado ‘Fernando el Católico’ logró apaciguar a una iglesia romana rebelde que participó activamente en el llamado ‘Verano Caliente’.

Los curas, a la par de los ciudadanos, salieron a las calles a hacer público el grito de guerra: “¡Barrio sí, Baeza no!”; o aquel que expresaba la corrupción del abanderado tricolor cuando fungió como Subprocurador General de la República: “Baeza, ratero, amigo de (Rafael Caro) Quintero”; o la popularizada en Delicias, su pueblo natal, “hay-ba-esa, pobre rata”, que colocaban en los vidrios de los automóviles de los delicienses que se oponían a Baeza.

Ese mismo Barrio, a quien le adjudicaron una relación de amistad y hasta de compadrazgo con Carlos Salinas de Gortari, está de vuelta y se ha convertido en el motor de la campaña que impulsan en Juárez a la abanderada de Fuerza y Corazón por México.

En el evento del sábado, donde estuvo Xóchitl Gálvez, el nombre de Barrio fue aplaudido con la vehemencia que requiere un ícono que luce mejor en el presente que en el pasado.

Los vítores al desaparecido en escena pública, me refiero a Rogelio Loya, estuvieron muy lejos de esa representación política y moral que obtiene siempre el candidato de mayor jerarquía en las candidaturas locales.

Por eso, los angustiados panistas han pensado en proponer la declinación de Rogelio Loya y el ascenso de Francisco Barrio. Es común y ha crecido como una llama, que el candidato a alcalde logró un propósito muy buscado en su vida, el de ser el abanderado del PAN, del PRI y del PRD y aparecer en las boletas electorales, aunque no gane.

La otra versión, es que ‘alguien’ de ‘muy arriba’, le apuesta únicamente al triunfo de los candidatos al senado, Mario Vázquez y Daniela Álvarez; y a las candidatas a diputadas, Marisela Terrazas, Xóchitl Contreras y Austria Galindo. Los demás fueron enviados al foso de los leones, sin brillo propio y sin los apoyos que reciben, por ejemplo, la dirigente municipal de Acción Nacional, que mantiene una estructura más amplia que la del mismo Loya.

Hasta este momento, no es posible establecer lo que verdaderamente está sucediendo al interior del blanquiazul. La versión es que ‘alguien de arriba’, prefiere el triunfo del expanista y ahora morenista, Cruz Pérez Cuéllar, que intentará reelegirse y ser de nuevo alcalde, cuando las encuestas lo colocan con una amplísima ventaja, frente a Loya. El resto de los candidatos a la presidencia municipal están desaparecidos.

Aunque usted no lo crea, están en competencia Fernando Rodríguez Giner, por el Partido Verde; la actual síndica municipal, Esther Mejía, por Movimiento Ciudadano; Jaime Flores ‘Máquina de Fuego’, por el Partido Pueblo y Enrique Romanillo Leyva, por México Republicano.

El estancamiento del PAN en Ciudad Juárez ha contado con la acción de Rogelio Loya en las calles, que ni avanza ni convence, ni siquiera a los miembros de su partido. Los bailes en los tianguis son de risa, al igual que sus comidas en los puestos callejeros, donde el político intenta caer bien a los electores y motivar un voto a favor de su coalición.

Además, hasta este día, se ha negado a emitir una declaración pública en contra de la administración municipal gobernante, ya que el alcalde Pérez Cuéllar tiene una profunda amistad con Loya y un lazo de compadrazgo que inhabilita al panista, referir cualquier crítica que pudiera descomponer esa correlación de años.

No ha sucedido lo mismo con Daniela Álvarez y Marisela Terrazas, que han sido críticas de la administración municipal.

Por lo que, el factor Francisco Barrio, cayó como anillo al dedo. La especulación en la que estoy navegando el día de hoy es producto de un sinfín de análisis abiertos y privados que se realizan en torno a lo que está ocurriendo en el interior del PAN.

Ya la sospecha es mucha, pues pareciera que las campañas electorales no han iniciado. La gran pregunta es si los dirigentes de los partidos políticos que son opositores a Morena, principalmente el PAN y el PRI, tienen una orden expresa de competir para perder. En esa realidad pareciera que el poder político de la capital del Estado volvió a tramitar el juicio de divorcio con esta ciudad fronteriza.

Y no se trata de que la sangre corra hasta el río, sino entender en estos momentos qué es exactamente lo que está ocurriendo. No es visible una estrategia política, ni siquiera conocemos cuáles son los planteamientos de campaña de los candidatos.

Situaciones como la que estamos narrando, han sucedido en el Estado de Chihuahua. Basta recordar que lo que sucedió en la elección del 2016, cuando Armando Cabada, con la marca de ‘independiente’ logró ascender a la alcaldía apoyado por el gobierno de César Duarte, entonces gobernador del Estado.

Duarte le arrebató el triunfo a Héctor Murguía, el candidato de su mismo partido, el PRI y, de paso, hundió en un hoyo del camino a su abanderado a la gubernatura, Enrique Serrano al perder frente a Javier Corral Jurado.

Las revelaciones de Enrique Serrano en los encuentros con reporteros, son la explicación perfecta de como echar limón a una herida expuesta. Según la política priista, lo que ocurrió el día de la elección en la que perdió la gubernatura fue una emboscada del poder federal que manipuló votos, cambió el contenido de las urnas. En fin, tenían la orden que el más huevón y pusilánime gobernante que hemos tenido, llegara a la máxima silla gubernamental.

Dialogar con Serrano, es como sentarse a escuchar los cuentos de Las Mil y una Noche. A destiempo, muy a destiempo, esas narraciones se enmarcan en esa peculiar hemorragia que se produce en el alma, que es muy común entre los candidatos perdedores de un proceso electoral. Es el síndrome del Peje que no acepta derrotas y las enmarca siempre en pláticas caprichosas donde la conspiración es el elemento esencial.

Entendemos el dicho que se aplica en la política mexicana, ese que dice: “no se debe cambiar de caballo a la mitad del río”. La regla es clara, sin dejar sueltos uno solo de los cabos. No obstante, el reflejo decepcionante de las campañas electorales nos hace dudar de la existencia de una verdadera democracia.

Esto que vemos es el reflejo de los tiempos modernos, donde la trivialidad y el deseo de ascender en la aceptación ciudadana. Se trata de quedar bien, de divertir, de motivar en las redes sociales a una sociedad que es cabronamente crítica.

La mayoría de los electores ya están marcados por la banalidad de sus juicios. Sus decisiones se toman en base a su condición emocional y a la conveniencia, pues estamos en el tiempo de la cosecha.

El ciudadano cobra por asistir a un mitin, exige alimentación y traslados; otorga el voto a cambio de una dotación económica y de algún regalo que se materialice en su condición de inmediatez.

Esa camada de votantes, ese ejército humano se ofrece como plañideras para ir a gritar, a asolearse, a ir montados en un camión y a vitorear al candidato que le digan sus contratantes.

En el caso del PAN, es necesario señalar que, si el asunto está tan perdido frente a Morena, si la elección ya está negociada, si están trabajando bajo el régimen de los brazos caídos, ¿cuál es el objeto de tirar tantos millones de publicidad a la basura? ¿qué sentido tiene salir a las calles, en la búsqueda de un voto que no llegará nunca?, según el análisis panista.

Hasta hoy no hay campañas políticas, todo es más de lo mismo. Tomar cruceros con activistas asoleados y hambreados; repartir volantes que, a la postre, son basura en las calles; asistir a programas que se transmiten por Facebook o por la televisión abierta, entrevistas que nadie ve y cuyos temas no son de interés colectivo.

La propaganda más popular en la actualidad es la contaminación visual de infinidad de bardas que han sido pintadas a favor de algún candidato o candidata; que decir de los espectaculares que son de uso exclusivo de los aspirantes que tienen padrinos y les gusta tirar el dinero al viento.

En el caso del aspirante a alcalde por la colación del PRI, PAN y PRD, lo más sobresaliente que ha hecho es tomarse un video con la “Pache Pache” y bailar con ella el famoso estribillo “Pache, pache, pache, pache, pache, pache, pache. Lleve, lleve, lleve, lleve, lleve, lleve, lleve barata, barato, barato como la carne de gato.

El que tenga oídos para oír, que oiga.