Luro Verum
Por Rafael Navarro Barrón
Los ojos de Adriana Terrazas Porras lo decían todo. De pie, con su equipo de trabajo, la ex priista unía sus manos; apretaba las quijadas, la expresión en su rostro daba muestra de los minutos de angustia que vivió antes de asumir la presidencia de la Mesa Directiva del Congreso del Estado para el segundo ejercicio legislativo.
Atrás, en los sillones legislativos, había risas sarcásticas, expresiones de triunfo y mandíbulas que rechinaban al mirar que la diputada morenista no se retractaba, sino por el contrario, levantó su mano y juró para asumir el máximo cargo legislativo.
Las mentadas de madre iban y venían. También las culpas. “Te lo dije, esa pinche vieja nos va a traicionar…te lo dije, te lo dije”, decía Benjamín Carrera a un Cuauhtémoc Estrada que echaba chispas y respondía mensajes del WhatsApp con unos dedos gelatinosos que fracasaban una y otra vez en el intento por explicarle al ‘jefe’ lo que estaba pasando.
La ajonjolí de todos los moles, la juarense María Antonieta Pérez estaba incómoda, sudaba y una y otra vez se excusaba, trataba de congraciarse con la cúpula morenista. El discurso ensayado era como el del apóstol Pedro poco antes de la detención de Jesús: “yo no los voy a traicionar…pueden confiar en mi”, repetía una y otra vez la legisladora, mientras un lamento similar provenía de América García, la reciente adquisición de Morena después de tronar con Movimiento Ciudadano.
“Son mentiras lo que dicen los columnistas…son mentiras, yo estoy comprometida con Morena, nadie me ha comprado, ni voy a traicionar a la bancada”, reiteraba la legisladora de la región noroeste del Estado, que vivió horas de sudor y lágrimas.
En un salón del Congreso, el diputado Carrera intentaba tomar aire en ese marasmo de confusiones, donde el nombre y la historia de Judas Iscariote salían por la boca de los morenistas y se incrustaba en los oídos de los asesores, del equipo de prensa y de los mismos legisladores del partido de AMLO.
Ese día los tres mandamientos de López Obrador congestionaban los rincones de la sede legislativa: “no robar, no mentir, no traicionar”. Y los prianistas se cagaban de risa sobre la hegemonía de un partido que se siente poderoso e invencible y que repite los principios doctrinales que les dictó su líder moral, que nadie cumple.
Porque el día ‘D’ quedó demostrado que los diputados de Morena roban, mienten y traicionan. Que su pureza es un discurso y que su unidad, una falacia.
La enorme humanidad de Carrera estaba desfiguraba. Particularmente, ese día, estaba encabronado por todo. Aparte de la molestia que sentía contra la diputada Terrazas, el cinto del pantalón no podía ajustar el abdomen y la camisa se le salía y en un intento por fajarse, hasta una parte del calzón se le veía. Por si no fuera poco, su mente estaba llena de dudas.
Días antes, la cúpula de los partidos que luchan contra Morena, se reunieron para preparar el golpe político. “Que ni sueñe ese pinche gordo que será el presidente del Congreso”, señaló uno de los legisladores presente en el cónclave.
“Vamos a voltearles la tortilla, pero con otra mesa directiva morenista”, propuso uno de los prianistas. El mensajero nunca mencionó de dónde venía la estrategia. Alguien sospechó que la idea había sido cocinada en un cuarto de guerra que se reunió en la casa de un funcionario de gobierno unas horas antes.
El cónclave fue fortalecido con la presencia de experimentados asesores del Congreso. A uno de ellos lo pusieron a escribir las estrategias y a realizar una posible lista de los legisladores de Morena que tratarían de convencer para que asumieran la presidencia de la Mesa Directiva, pero el gordo, el radical Benjamón, como le dicen en Juárez, estaba descartado.
Vino a la mente el nombre de América García, recién salida de Movimiento Ciudadano. Alguien dijo que la legisladora era poco confiable, pues aduciendo violencia política de género, renunció al partido naranja y se integró a Morena.
La ahora legisladora naranja-morenista podría ser un dolor de cabeza si algo llegara a salir mal, pues días antes había referido que demandaría a algunos miembros de Movimiento Ciudadano por el intrincado e imposible delito de ‘violencia de género político’ que es tan difícil de probar como la existencia de los ovnis.
Además, la diputada estaba resentida con el Caballo Lozoya porque nunca quiso atender su caso. Total que un día se levantó más encabronada que de costumbre y ya cilindrada por una legisladora morenista, le dio el susto de su vida al líder de la bancada naranja, Francisco Sánchez, que terminó humillado y ofendido, como un simple representante de partido, tan solitario como búho de la sierra chihuahuense.
Además, existía un coqueteo entre el prianismo y lo que quedaba de Movimiento Ciudadano y era improbable que la diputada García aceptara traicionar a Morena y apoyar algo en lo que estaba inmerso Francisco Sánchez.
La número dos de la lista era la ex panista María Antonieta Pérez Reyes. Su cercanía con muchos miembros de Acción Nacional generaba una ligera ventaja al tratar de convencerla, pues la ahora morenista está en ese proceso de integración intentando mostrar su afinidad a los principios del partido de AMLO.
Una voz alertó a los prianistas, la diputada juarense se ha convertido en un dolor de cabeza para todo mundo. Su excesivo protagonismo, su egolatría, la convierten en una diputada peligrosísima.
Los compañeros y compañeras de bancada no hayan como frenar su enfermizo deseo de protagonismo, de estar siempre en los reflectores, al grado que en todas las ruedas de prensa y reuniones, busca siempre estar encabezando el presídium; a sus espaldas, hablan de su marcada ambición de proponer iniciativas intrascendentes y, lo más grave, su propensión a ser malagradecida con quienes le han ayudado en su carrera política.
La tercera en la lista era la diputada Leticia Ortega, ex síndica de municipal. Era la más indicada para darle el golpe al grupo parlamentario de Morena. La legisladora se ha convertido en la ‘Olga Sánchez Cordero’ del Congreso.
Su mente se revuelca en los temas sexuales que atañen a la comunidad lésbicogay y a los movimientos proabortistas. La pobre no piensa en otra cosa. Es ya una obsesión enfermiza que no puede frenar, como si fuera una adicción que requiere apoyo siquiátrico.
Como síndica, fue comprada por Armando Cabada mucho antes de que el peor ex alcalde de Juárez tuviera la conversión al morenismo. De ser una crítica al inicio de la administración cabadista, terminó al servicio del ahora diputado plurinominal.
La dichosa ex síndica terminó como una falaz servidora pública, al servicio de la corrupción cabadista. En el cónclave prianista fue considerada como una posible candidata a la presidencia del Congreso del Estado.
En eso estaban cuando alguien alertó a los diputados de la marcada devoción de la ex síndica y ahora diputada, por el liderazgo del súper delegado, Juan Carlos Loera de la Rosa. La posibilidad de traición era imposible en una mujer que practica la adoración loerista, casi como una manda religiosa.
Rosana Díaz fue desechada casi al instante. Su falta de madurez política y su ingenuidad, la ubican como una candidata improbable. Los prianistas le tienen confianza y la recuerdan como una periodista honesta, pero carece de la astucia para enfrentar a una maquinaria tan anquilosada y problemática como la morenista.
La diputada Terrazas Porras, no fue la última de la lista, de hecho fue la primera opción. Advertían en Adriana una acendrada molestia por diversas circunstancias en la relación con los miembros del partido Morena, particularmente con el grupo cercano a Loera de la Rosa.
“¿Ustedes saben lo que me están proponiendo?”, preguntó Adriana a la ‘comisión’ de prianistas que la invitó a ser presidenta de la mesa directiva. Sabía que el ala radical de Morena no aceptaría jamás a alguien que no fuera Benjamín Carrera.
Días antes, en una reunión de los diputados morenistas se había preparado la asunción del diputado Carrera. Se tenía listo el protocolo y las acciones legislativas que se iban a impulsar no obstante la falta de mayoría en el Congreso estatal.
Carrera sentía que era su momento. Mientras instrumentaba su asunción, el prianismo veía con mucha preocupación la presencia de Benjamín en la presidencia del Congreso. La misión de los panistas era proteger a la gobernadora, cuidar la figura institucional, pero eso era imposible con un morenista radical que se creía tocado por los dioses del Olimpo, que además tiene como arma la insolencia y el decadente discurso de una izquierda que si tomara forma de hombre, sería canonizado por la vía automática.
Por eso, el día de la asunción de Adriana, un “chingada madre, siempre hay alguien que la caga”, salió de la boca del también legislador Pichú de la Rosa y ese día, quien la cagaba, estaba frente al estrado del Congreso, escuchando su nombre y lista para levantar la mano derecha y hacer el mamón juramento que ningún político cumple: “cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanan”.
Un pantalón blanco y una blusa azul, con vivos de diversos colores, hacían juego con los enormes tacones negros de la diputada Terrazas.
Esperaban que Adriana se arrepintiera, que al último dijera que no a la encomienda. En términos religiosos, esperaban un milagro, pero no llegó. Terrazas Porras levantó la mano y juró por la nueva encomienda, mientras sus compañeros de partido abandonaban la sede legislativa molestos, taciturnos, encabronados…y Carrera con el pantalón que se caía.
Aquel día, los morenistas se dieron cuenta lo ojete que son. Su ley y mayoría la imponen en todos los congresos que gobiernan en la república mexicana. Son intolerantes con la mayoría que pregonan; los diputados del partido de AMLO barren con quien sea y su subordinación al presidente y a sus gobernantes es insultante para la democracia mexicana.
Donde gobiernan y tienen mayoría no sueltan el poder, ni les importa negociar. En la cámara de diputados, por ejemplo, mantuvieron a Movimiento Ciudadano fuera de la Junta de Coordinación Parlamentaria, hasta que un juez ordenó su inclusión a través de un amparo.
Lo mismo hacen en la Asamblea o Congreso de la Ciudad de México. Ellos son los amos y señores de la mayoría. Nadie los frena y se enseñorean sobre una oposición flaca y desunida. Por eso al prianismo, no le conmovieron los pucheros de Benjamín Carrera que sintió en carne propia lo que es pisotear los derechos de los miembros de los partidos que no piensan como ellos.