Luro Verum
Por Rafael Navarro Barrón
La fotografía fue colocada en la sección donde se ubica la caja registradora del negocio de comida. El marco metálico plateado contrasta con los permisos de operación del comedero El Paisano, icónico restaurante del poblado Villa Ahumada.
En la foto de 8×5, como dirían los fotógrafos peseteros, la sonrisa de Maru Campos es plena. Sí, de oreja a oreja. Es el 10 de diciembre y los famélicos adornos navideños cuelgan en el techo del restaurante que, ese día, recibe a un personaje singular: ¡Señores y señoras, con ustedes, el presidente de la república! AMLO (acróstico de su nombre de pila).
Hasta los perros tiemblan ese día con una temperatura cercana a los 2 grados. Inversión térmica por las polvaredas que se levantan en la ciudad de los burritos y las quesadillas.
El alcalde Fabián Fourzán Trujillo, dormido en sus laureles ni se enteró que el hombre de las mañaneras visitó la cabecera del municipio más grande del Estado. Pienso que el edil perdió la enorme ocasión de pedirle al ‘presidente de los pobres’, luminarias, patrullas, pozos, programas alimenticios, un estadio de béisbol…algo que redituara la comilona que realizó la deidad federal en el abandonado poblado. Allí donde la historia escribirá que se recetó un burrito de carne asada.
Lo peor del caso: la propina fue escasa y el presidente no pagó la cuenta porque el dueño del negocio, emborrachado de gratitud, le regaló el servicio al señor presidente y le hizo saber que, mientras gobierne el país, siempre será bienvenido y la cuenta se irá, directamente, a fondo perdido.
La decoración pueblerina en El Paisano no deja lugar a dudas. La Navidad se acerca. Atrás del presidente, en la pared, hay una pequeña imagen de la Última Cena, la de Da Vinci. También sobresale un reloj. Barcos, gallos, animales disecados…cuernos de toro. El folklor del norte que hace vibrar las fibras más íntimas del distinguido visitante.
Hasta el dueño de El Paisano está en el restaurante. Todo lo dirige desde la caja. La ayudantía advirtió a la negociación que solo una mesera puede entrar y servir al presidente, aunque el resto del equipo quiere tomarse fotos López Obrador a quien describirían después como una persona sencilla y de buen humor.
De lejos, los otros comensales lo ven comer y el dueño ordenó que en la mesa se pusieran dos bandejas con tortillas tostadas en el fuego del comal. Una orden de guacamole adorna la mesa, además de un plato repleto de frijoles con queso y tostadas fritas, hechas con tortillas de maíz.
Aquí es donde se plasma la esencia del mensaje de nuestro escudo. Somos un estado a ‘todo dar’: Valiente, Leal y Hospitalario. Es nuestra carta de presentación. Hasta las paredes lo gritan.
Aquel día de diciembre, la ayudantía del presidente y el equipo de Maru Campos escogieron el restaurante El Paisano, por motivos hasta nacionalistas, para que los distinguidos visitantes degustaran la singular comida regional, los famosísimos burritos montados con asadero, los de Villa Ahumada, en honor del general Miguel Ahumada.
Hasta el corrido de Chihuahua lo grita: ¡Asaderos Villa Ahumada! Pero la realidad supera la ficción. Hace años que el producto lácteo no se produce en la región, porque las vacas se esfumaron un día y ya no regresaron. Ya no hay leche para la fabricación. Entonces el auxilio está llegando de Buenaventura, Flores Magón, Cuauhtémoc y Delicias. Qué fraude.
Pero al alcalde no le importó esa imposición. El slogan cuadra bien y lo plasmó a la entrada y salida de la ciudad. “Bienvenidos a Villa Ahumada, la ciudad de los asaderos”.
La fama de los burritos que se venden en los cientos de carritos de lámina, es limitada al gusto de los mismos consumidores. La tradición se escribe todos los días entre los viajeros que pasan por ese poblado. El dicho habla por sí solo: “ir a Villa Ahumada y no comer burritos, es como no ir”.
Los de carne, realmente son un fraude. Hace años que son papa con mucho chile y unas cuantas hebritas de ganado (no me atrevo a decir que sea vacuno); los de chile relleno, son los mejores, pero su precio desactiva el ánimo de los hambrientos consumidores; los de colorado y verde, incomibles si se padece gastritis; colocarle una o dos tortillas de asadero, los convierte en montados y casi se triplica el precio; los refrescos, son pasados por agua fría y su costo desfalca a cualquier hambriento; los de frijoles, posiblemente los menos nocivos, escasean en cualquier época; los de chicharrón y chile pasado, una oda al engaño culinario.
Es por eso que la Ayudantía del presidente decidió llevarlo a comer a un restaurante, donde los burritos son burritos reales. Los guisados se cotizan bien junto con las tortillas de haría que son hechas a mano.
El día de la visita, el área de seguridad del presidente revisó cada espacio de la negociación para determinar si la seguridad de López Obrador estaba garantizada. Un área semiprivada, muy cercana a los baños, se apartó como un lugar perfecto para que los distinguidos visitantes pudieran estar en paz los 45 minutos que duró la comida.
Los baños se limpiaron a conciencia, por si se le ocurría ir al presidente. Se colocó un aparato calefactor de gas en ambos baños para que estuvieran climatizados.
Afuera, el Ejército, la Guardia Nacional, la Ayudantía, la ambulancia y los médicos que cuidan la salud del mandatario; los Ministeriales que cuidan a Maru, los funcionarios de los tres niveles de gobierno, los Tránsitos de Villa Ahumada, los policías municipales, los curiosos, los advenedizos, los busca chambas, los halcones de la mafia que abundan en esa región, las buchonas del pueblo…
¿Quién puede faltar a un evento de esa naturaleza? A, claro. El alcalde de Villa Ahumada que andaba en la hueva ese día.
¿Y los más jodidos? Excluidos. Escondidos, para que el país parezca Irlanda, Holanda, Bélgica. Por eso el make up de la Ayudantía de AMLO. Los rarámuris que tienen años mendigando el pan en la parte exterior de El Paisano fueron invitados a retirarse del negocio.
Meses y meses sobrevivieron pidiendo caridad, ‘kórima tortilla’ a los comensales. Comían de las sobras de los consumidores; la mitad de un burrito que el niño adinerado no se comió; un pan de dulce que sobró en la mesa.
Además, el dueño de El Paisano les permitía vender artesanía rarámuris y chinas en el exterior del negocio. No le hacían daño a nadie. Allí la madre espulga a sus pequeños y daba chichi al towi que ya camina y hasta tiene dientes pero no ha sido destetado, porque así es la costumbre rarámuri.
Pero no, la imagen de pobreza de nuestros indígenas seria devastadora a la vista de un presidente que dice ayudar a los pobres; qué cara pondría el súperdelegado Juan Carlos Loera de la Rosa cuando el presidente le preguntara; ¡¿qué es esto Juan Carlos?! Y el ex candidato morenista al gobierno estatal simplemente, encogido de hombros, exclamara: “es la comitiva que me traje de la sierra para venir a recibirlo, señor presidente”.
Porque así trabaja la política de simulación de los funcionarios del gobierno federal en Chihuahua. Todo queda en los anales de la historia a través del Facebook y el Twitter. Todo se ubica en la política electoral de los que andan calientes por seguir en la vida pública.
Entregan tarjetas a los ciudadanos de 65 y más. Foto. Se entrega una despensa en un miserable pueblo Tarahumara. Foto. Se siembra un árbol en la alta Babícora. Foto.
Y así en cada pueblo, comitivas de pobres extremos en las calles, cuyos programas sociales no llegan a los pobres porque no están diseñados para el beneficio de los jodidos jodidos. No se ha anunciado aún el proyecto ‘Rarámuris Construyendo el Futuro’; no ha iniciado el ‘Sembrando Pinole’; el Bienestar para los pueblos indígenas es la gran falacia de Loera.
Lo que si abundan son los casos de acoso. Como el caso de la alcaldesa ex morenista de la región noroeste del Estado. Agraviada por un alto funcionario del gobierno de AMLO en Chihuahua, ha decidido dejar el partido que fundó el presidente de la república para ir a militar al PAN.
¿La razón? El vulgar acoso de ese alto funcionario. Porque la visión de los hombres de Morena, según sentenció la alcaldesa, es creer que todas las mujeres que militan en ese partido son de su propiedad y las pueden tomar cuando les da la gana, cuando andan calientes. Qué poca madre.
El día de la visita a Villa Ahumada, por órdenes de la Ayudantía de Amlo, los niños rarámuris fueron corridos de su centro de operaciones. Ojetes.
Con el odio a los opresores, los rarámuris se fueron de El Paisano antes de que llegaran los distinguidos visitantes. Huyeron arrastrando lastimosamente sus pies desnudos, sin calcetines. Llevan en los tobillos la marca negra de los días sin agua y sin jabón; las mujeres de la alta sierra, con un ejército de kúrowis, aun dan chichi a los más pequeños y cuidan a los más grandecitos que van de auto en auto pidiendo kórima.
Pero adentro, en el comedor de El Paisano, es la hora de comer. En la foto oficial solo aparecen Maru Campos y el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, en la edición de Google, aparece a un lado de ellos el vocero de la presidencia, Jesús Ramírez.
El presidente fue testigo del pésimo estado de la carretera Chihuahua-Juárez. Del insulto que representa para los conductores pagar las casetas de peaje.
Los baches abundan, al igual que los tediosos tramos sin acotamientos, con ondulaciones y vados que se derivan del sobrepeso de muchos vehículos que transitan sin ningún límite.
Es molesto pagar en las dos casetas de peaje cantidades que globalmente casi llegan a los 200 pesos por viaje. No hay dónde quejarse, ni dónde mentarle la madre a los empleados de la SCT que han dejado morir esa ruta de la carretera 45. No sucede lo mismo con el camino a cargo del gobierno estatal, que está atendido y cuidado.
Los caminos parchados son parte del panorama. El primer mundo se niega a surgir. La muletilla es siempre la misma: “no hay dinero”. Por eso el fracaso carretero.
Pero hacer el show no cuesta nada. Ese día, en El Paisano, el presidente Andrés Manuel López Obrador presumió en sus redes sociales que comió los tradicionales burritos junto con la gobernadora de Chihuahua María Eugenia Campos
“Bueno, no vamos a provocarle celos ni sentimientos a nadie. Eso sí, envidia de la buena. Estamos aquí, se llama ‘El Paisano’, en Villa Ahumada. Vamos hacia Juárez. Villa Ahumada es una estación histórica, que lleva el nombre de un general que fue gobernador, dos veces, de Chihuahua, en el porfiriato, y está a la mitad del camino de Chihuahua a Juárez”, indicó en un video de 1:32 minutos, compartido en sus redes sociales.
Y como el dueño de El Paisano está de buenas, la comida es gratis para el presidente y sus invitados. Esa presencia bendita, el mismo día que el alcalde tiraba la weba absoluta, causó visitantes y curiosos. Aumentó la ya de por sí abundante clientela y dejó en claro que las cosas no han cambiado en México, solo los discursos.