Síndrome del Perro Faldero

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LURO VERUM

Por Rafael Navarro Barrón

Están allí, por todos lados. Pululan en la política, en el poder judicial, en las legislaturas, en los cuerpos policiacos, en el sector económico…en los medios de comunicación. Tienen rostro, nombre, apellido, pero no tienen dignidad.
Unos son rostros humanos, otros son instituciones como la Sindicatura, el Instituto Municipal de Investigación y Planeación, el Fideicomiso de los Puentes, los Consejos Consultivos, el Ficosec, el Fechac, el Plan Estratégico de Juárez, aunque de origen privado, pervertido y prostituido, sin calidad moral para ejercer la presión social que antes ejercía.
No se diga de los organismos de la iniciativa privada. Gritarles ‘¡ehhhhhh putos!’ sería una frase que quedaría pequeña para su realidad. Salvo las excepciones notables, existen aún oponentes serios y combatientes de las estulticias oficiales, como las estructuras que comandan Manuel Sotelo, Thor Salayandía y Álvaro Bustillos.
Pero a los dirigentes tradicionales, oírlos declarar, verlos en redes sociales o en televisión, es como una mentada de madre para el desarrollo de Ciudad Juárez. De dónde sacaron a esos esperpentos empresariales que se erigen como los poseedores de la verdad. No hay un insecticida que rompa el ciclo de su metamorfosis y sacuda a los que se han enquistado en esos organismos del dinero y que se dedican a poner trabas a las nuevas generaciones de empresarios que se abren paso para dignificar la actividad productiva de la ciudad.


Hoy dedico tiempo a esa gente y a esos organismos que se alquilan por temporadas. Que viven en un mimetismo con el poder. Fraguan su vida como perros falderos; se sienten bien adulando, levantando en hombro a los estúpidos gobernantes, son comparsas y socios en sus transas.
Esos rostros humanos se solazan abriendo puertas, sirviendo vasos con coca cola light y agua mineral.
“Señor Gobernador”, “Señor Alcalde”, “Señor Diputado”…la cortesía extralimitada a cambio de las dádivas de ese poder que, a después de jurar “guardar y hacer guardar las leyes mexicanas”, se convierten en dioses terrenales pero los aduladores no se dan cuenta que defecan, orinan, eructan, tienen traseros flatulentos, les dan torzones antes de caer súbitamente en los retretes de sus oficinas.
Pero una parte del pueblo y sus perros falderos se mueren por ellos y los hacen grandes, grandes, grandes aunque son unas miniaturas con fuero que, con un poder extralimitado para gastar el dinero que administran, se hacen millonarios de la noche a la mañana.
Por desgracia, esa casta esclavizada en pleno siglo XXI, vive en pequeños castillos donde realizan la misión de cortesanos. Saben que su jefe es un imbécil y aun así se desviven en elogios y ponderan sus actos, sus palabras.
Cuarenta años he permanecido en las lides periodísticas; día y noche observando, conviviendo con ellos y nada cambia. Son rostros diferentes en mentes iguales a las del pasado.
“Con su venia, don imbécil, voy a decir lo que quiere oír y lo que nadie cree…”, se repiten a diario las piezas de oratoria en los escenarios oficiales. Frases consecutivas al elogio a ese tirano que no merece llamarlo ‘don’ o el título que ostentan.


Todo el problema se centra en la concepción del poder. Los gobernantes se convierten en empresarios porque llegan con la idea de ganar, de hacer negocios. No hay poder que los detenga. Ni uno solo de los políticos que han estado en puestos públicos está en la cárcel, a pesar de la fama de ladrones.
La sindicatura es una vergüenza. Leticia Ortega, sin ningún mérito para ser lo que hoy es, una diputada local del montón, con tendencia al crimen de bebés, como abortista, fue un fracaso frente a los abusos de Armando Cabada. El silencio fue su respuesta a los excesos, todo porque pasó de ser la auditora al servicio del pueblo, a una sirvienta de la presidencia municipal.
Esther Mejía se cierne sobre la misma ruta. Compitió para ser síndica sin tener la vocación, con una convicción partidista que la ciega para auditar hasta su conciencia. Imposible una afrenta contra algún morenista a los que considera seres perfectos bajados del Olimpo para hacernos el favor de gobernar la tierra.
Ese es el efecto del perrofalderismo en el que se mueve la política de hoy. Todavía hay priistas que creen que César Duarte hizo un excelente papel en el gobierno; todavía hay panista que consideran de lujo el paso de Javier Corral por la administración estatal.


Caramba, años y años y años y no podemos avanzar y estamos en la misma condición de siempre, acostumbrados a las migajas, a una ciudad en ruinas.
El Centro de Convenciones tiene más peregrinajes que los judíos recién salidos de Egipto. Allí en sus recuentos hay un gobernador y un grupo de empresarios llorones y nefastos.
Tener un lugar digno, como el enorme Centro de Convenciones de la capital del Estado, al servicio del pueblo, es un sueño imposible con tantos intereses y tanto juego sucio.
Y no lo tenemos porque los tábanos del empresariado, los poderosos, ampliaron sus redes para consolidar sus fructuosos salones de eventos, mientras que los líderes de los organismos empresariales hacían sus berrinches con tres gobernadores al hilo.
Al final de la historia, lo de siempre: terminaron robándose $300 millones de pesos que existían en un fondo de garantía.
Pero no nos preocupemos, la otra mafia de Juárez creó sus propios Centros de Convenciones y Espectáculo: Cibeles, Cuatro Siglos, Anitas. Todo mundo metido hasta la coronilla en el negocio alterno que resulta fenomenal para esos inversionistas listos que se aprovechan de las pifias del poder y de los empresarios ladrones.
En Ciudad Juárez no hay instalaciones de la Feria anual como ocurre -otra vez- en la ciudad de Chihuahua, porque no conviene a quienes se agandallan del evento y sacan provecho de ese gran negocio.
El camino de las ‘ferias’ ya es conocido para los miembros de la Iniciativa Privada que están al servicio del poder municipal. Ya se sabe que el alcalde en turno capitaliza el recurso, con mucha facilidad, organizando Ferias que solo tienen pérdidas para el gobierno pero muchas ganancias para quienes las organizan.
Y la gran pregunta: ¿dónde está el dinero de la última feria? ¿ganó o perdió el municipio? Jajajajaja. Ya veo la cara del alcalde dando la noticia con la solemnidad de un monaguillo de pueblo.
En Ciudad Juárez se carece de una zona exclusiva de hoteles, grandes negocios franquiciatarios, agencias de autos dignos de una metrópoli, restaurantes, hospitales, una réplica del pomposo Distrito Uno que su sola mención es un acto de onanismo para los chihuahuitas y la meca de los juarenses que se sienten soñados en los antros y comederos de esa zona.

Foto del diario.mx

No, en Juárez nuestro orgullo es La Morín, que es zona de borracheras y restaurantes impensables para la mayoría de la población porque la ciudad se mueve así, se desarrolla así y se convirtió en un batidero que no se puede regular por las ocurrencias a las que nos meten -otra vez- los imbéciles que nos gobiernan y sus perros falderos que los apoyan.
Es increíble que nos hayan montado un mamotreto que posiblemente podría ser una obra de primer mundo y no es otra cosa que un sistema de transporte público estorboso y lleno de vicios ocultos. Y todavía le ponen el nombre del equipo de futbol de casa que es sinónimo de fracaso y mediocridad.
En Ciudad Juárez no puede existir un centro histórico limpio, ordenado y atractivo. No, lo que existe es una zona sucia, vieja, abandonada, a la merced de los líderes en turno del crimen organizado que se creen los dueños de la zona y no hay autoridad policiaca que los detenga. Somos nosotros los que los engrandecemos, por miedosos, por culeros, por rateros.
Una procuradora de Justicia le vendió a México la idea de los juicios orales como una forma de garantizar la justicia y la imparcialidad. Lo único que hizo en los dos poderes fue incrementar la estupidez de los jueces y la corrupción de los ministerios públicos. Creó una nueva mafia sobre la que ya existía.


La historia se cuenta sola. Aquí va una real:
El juez federal era un sotaco que llevaba puesta una toga oscura. Dos ex policías municipales, acusados de portación ilegal de armas, fueron introducidos a la sala penal de la avenida Tecnológico 1670, donde operan los juzgados de distrito.
Junto a los procesados, la abogada defensora y más adelante el corrupto ministerio público que unos minutos antes había pedido 15 mil dólares para ‘frenar’ el ‘asunto’, en concordancia, por supuesto, con el soberano, con el ilustrísimo magistrado, titular del juzgado…
Pero no hubo acuerdo porque no hubo dinero de por medio, porque la escasez y la pobreza así operan en nuestro país. El caso “continuará hasta sus últimas consecuencias”, advirtió el corrupto y así fue. Además, el juez y el Ministerio Público estaban molestos porque el caso había trascendido hasta la Fiscalía General de la República por intermediación del ex delegado, y en ese momento, Fiscal del Estado, César Augusto Peniche Espejel.
No se pagó la mordina porque los implicados en aquella acusación falsa no tenían recursos económicos.
Por eso, aunque parezca increíble, en la cofradía corrupta de juez y ministerio público todo se desechó aquel día del juicio oral: los testigos que vieron el allanamiento de dos domicilios, desechados; la tortura como evidencia oficial y de Derechos Humanos, desechados; los videos que demostraban el dicho de los inculpados que “no los detuvieron en la vía pública sino en sus casas”; desechados. Todo. Al magistrado se le hizo muy borroso uno de los videos y lo desechó.
Aquel día acudí como observador, por eso el juez preguntó al escaso público que poblaba una parte del auditorio si había ‘algún periodista presente’ pero nadie me echó de cabeza. Un policía les indicó que un reportero estaba presente, por eso estaban más nerviosos que en forma habitual.
Observaba con incredulidad aquel absurdo y patético espectáculo. Miraba con indignación como un corrupto abogado, como lo es el Ministerio Público, tenía la osadía de presentarse en la sala penal a representar al Estado Mexicano, y pocos minutos antes, el corrupto, pidió dinero a los inculpados.
Y el ridículo sotaco, entrando a aquella sala, como en las películas americanas, con su vestimenta larga, igual que la enorme cola de roedor: “¡todos de pie, preside esta sesión el juez…!” Me sentía ridículo estar de pie, recibiendo a aquella gentuza nefasta que conforma el poder judicial federal.
Uno de los acusados había sido escolta de ejecutivos juarenses, de empresarios que eran cuidados por su preparación policiaca que lo había llevado a ser comandante de la policía municipal en los tiempos del Teniente Julián Leyzaola Pérez.
La indignación brotaba por mis ojos. Observaba a aquel juez corrupto, cuyo nombre me reservo porque el caso no ha terminado y pensaba, “pobre México”, que “mugrero de país estamos dejando”
El ex policía vivía en esos días en la prisión federal que se hizo famosa por la reclusión temporal, antes de su extradición, del Chapo Guzmán. El penal está cerrado actualmente por motivos de austeridad.
La historia no se detuvo. El joven ex policía tuvo que vender su único automóvil, empeñar unos instrumentos musicales y pasar la ‘charola’ a los de casa para completar la deuda con su equipo de abogados. Unos meses después, terminó pagando el cohecho judicial.
Las declaraciones de los policías municipales que habían allanado las viviendas de los detenidos y aparecían como fieles servidores públicos referían las mentiras de aquel machote, conocido como ‘parte policiaco’.
“Estando realizando un rondín observamos a un carro sospechoso por lo que le marcamos el alto y al realizar una revisión encontramos en el interior de la cajuela dos armas largas, de uso exclusivo del Ejército Mexicano, por lo que procedimos a cuestionar a los dos masculinos que tripulaban el automóvil y estos declararon que los fusiles eran de su propiedad por lo que procedimos a su detención y posterior remisión a la autoridad federal”.
El ‘Rosario’ de mentiras y contradicciones evidenciaban la rapiña y corrupción de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal en los tiempos de Armando Cabada. Y lo peor de todo, la incapacidad que tienen los ciudadanos para defenderse y refutar cualquier abuso de autoridad que se presente en Ciudad Juárez.
Porque la ciudad y las instituciones no son del pueblo, sino de una casta de malvivientes que se enquista en el poder y lo quiere manejar a su antojo, aún por encima de la ley mexicana.