Después de casi nueve años de silencio frente a los medios, el exgobernador César Duarte Jáquez eligió un momento cuidadosamente simbólico para reaparecer en la escena pública: una rueda de prensa en la capital del estado, rodeado de su equipo jurídico, acusando a la Federación de abuso de poder, ecocidio y persecución política.
La razón de su denuncia no fue menor: la destrucción, por parte de personal de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), de cinco presones y una represa en su rancho El Saucito, ubicado en Balleza, Chihuahua. Según su versión, con esta intervención se liberaron unos 200 mil metros cúbicos de agua que se evaporaron o filtraron sin ningún uso productivo, dejando detrás un saldo ambiental trágico: miles de peces muertos, una fuente de alimento para comunidades indígenas y campesinas de la región.
Duarte lo calificó como un “acto criminal”. Un ecocidio. Y si algo ha aprendido en estos años de litigios es a construir narrativas sólidas, al menos mediáticamente.
Pero más allá del drama ambiental —que sin duda debe ser investigado y esclarecido— lo realmente político vino después. El exmandatario responsabilizó directamente a los senadores morenistas Javier Corral y Juan Carlos Loera, sus viejos conocidos en la arena del poder chihuahuense, de haber orquestado una acción en su contra, que no duda en etiquetar como persecución política. Viejos rencores convertidos en nueva munición.

César Duarte acusa a Javier Corral y Juan Carlos Loera de orquestar destrozos en su rancho.
Y no se quedó ahí: alzó la voz para advertir que se enfrentará a la presidenta Claudia Sheinbaum. No aclaró si lo hará con argumentos jurídicos o a través del espectáculo político, pero su declaración parece tener más carga simbólica que peso real. Sobre todo, porque, como bien sabemos, Duarte sigue bajo prisión domiciliaria, vinculado a un proceso por peculado agravado, y con una carpeta de investigación activa en la Fiscalía General de la República.
Lo cierto es que su reaparición pública, más que una defensa técnica o un grito por la justicia ecológica, pareció una estrategia para reposicionarse en el tablero. Su equipo jurídico lo respalda, pero en el fondo, Duarte busca algo más: influir, incomodar, reinsertarse. El mensaje está claro: no se ha rendido, y piensa dar batalla.
Ahora bien, las preguntas quedan sobre la mesa: ¿está Duarte defendiendo el medio ambiente o simplemente usando una causa legítima para limpiar su imagen? ¿Fue la Conagua más allá de sus facultades o actuó conforme a la ley ante una posible irregularidad? ¿Hay, realmente, un trasfondo político detrás de la acción federal?
En la política, los silencios también hablan. Pero cuando Duarte habla, más vale leer entre líneas. Porque en Chihuahua, hasta el agua puede tener color partidista.
La salud también es asunto de Estado

Se atiende en clínica privada al empresarios Víctor Cruz Russek
La confirmación sobre el estado de salud del empresario Víctor Cruz Russek, esposo de la gobernadora María Eugenia Campos Galván, sacudió de forma inesperada el ámbito político de Chihuahua. No porque el empresario del ramo automotriz tenga una participación directa en los asuntos de gobierno, sino porque su cercanía con el poder —y con la figura central del gobierno estatal— convierte cualquier evento personal en un tema de interés público.
Fue la propia gobernadora quien, con el tono sobrio y personal que exige la circunstancia, dio a conocer que Cruz Russek fue hospitalizado en un nosocomio privado de la ciudad de Chihuahua debido a una afección pulmonar delicada. Y con ello, echó por tierra los rumores que lo ubicaban fuera del país, supuestamente en Houston, Texas, en busca de atención médica especializada.
La especulación se adelantó al parte médico, como suele pasar. Pero en política, incluso los silencios se llenan de ruido. Por eso no fue menor que la mandataria decidiera compartir la noticia personalmente. En ese gesto no solo había una intención de informar, sino también de contener: de frenar versiones, de establecer el terreno de la verdad y, quizá, de evitar que el vacío fuera llenado por el morbo o la mala fe.
La salud de Cruz Russek es delicada, y por ello permanecerá varios días internado, bajo análisis y observación médica. A nivel humano, la preocupación es genuina. Pero en el plano institucional, también marca un punto de tensión. Porque cuando el círculo íntimo de un gobernante enfrenta una crisis, la administración misma se ve afectada. No se trata de fragilidad política, sino de humanidad en el poder.
En estos momentos, el deseo generalizado de la sociedad chihuahuense es que el empresario se recupere pronto y bien.
Iván Almeida, el regidor sin regiduría y el regidor que sobra

Iván Almeida trabaja sin parar, no le importan las circunstancias
En el intrincado mundo de la política fronteriza, hay personajes que pierden el cargo, pero no las ganas, y otros que ganan una posición sin saber muy bien qué hacer con ella. Tal es el contraste que se vive actualmente en el Ayuntamiento de Ciudad Juárez con dos nombres que hoy representan extremos opuestos: Iván Almeida y Antonio Domínguez Alderete, mejor conocido como el regidor “Pañalitos”.
Iván Almeida, quien ocupó por unos meses una regiduría, parece haber entendido que el servicio público no siempre depende de una silla en Cabildo. Aunque ya no ostenta el nombramiento, sigue en contacto con la gente, gestionando apoyos y resolviendo lo que puede desde su nueva posición en Servicios Públicos Municipales. De hecho, se le ve muy cercano al profesor César Alberto Tapia Martínez, lo que podría ser una señal de que, aunque cambió de trinchera, no ha dejado de jugar en el tablero.
Lo dice él mismo sin rodeos: no necesita ser regidor para ayudar. Y aunque eso suene a frase hecha, en su caso se ha traducido en acciones concretas. Almeida está en la calle, con la gente, en la gestión de lo cotidiano. A algunos les parecerá poca cosa, pero en un entorno donde la política muchas veces se limita a discursos y selfies, el trabajo en tierra vale doble.
Del otro lado está el regidor “Pañalitos”, Antonio Domínguez Alderete, quien llegó al cargo por las matemáticas del Cabildo, no por méritos propios. No ha logrado llenar ese espacio, ni mucho menos darle sentido. Se le percibe como un funcionario gris, sin propuestas, sin iniciativas, sin voz en el pleno y, lo que es peor, sin rumbo.
Lo curioso —o preocupante— es que Domínguez Alderete ya se ve como próximo presidente municipal. Alguien, en algún lado, le doró la píldora con promesas o halagos que no se sostienen ni con una estructura sólida ni con resultados visibles. El problema no es soñar en grande, sino creer que basta con ocupar un cargo para merecer el siguiente.
En política hay dos tipos de actores: los que trabajan desde donde sea y los que no hacen nada desde donde están. Ciudad Juárez no necesita más regidores de adorno, necesita servidores públicos con oficio y vocación. Y hoy, curiosamente, uno de ellos no está en el Cabildo, pero sí en el territorio. El otro, sentado en su curul, sigue esperando que alguien le diga qué hacer.