Por: Daniel Valles.
Immanuel Kant, en su Crítica de la razón pura (1893, P-498),define la opinión como un juicio insuficiente tanto subjetiva como objetivamente.
Subjetivamente, carece de convicción plena; objetivamente, no se sustenta en pruebas racionales o empíricas que lo validen como conocimiento.
Este concepto, aplicado al ámbito social, revela la fragilidad de ciertos juicios y su potencial para causar daño, especialmente cuando provienen de personas que, lejos de ser virtuosas, cargan con sus propias maldades.
Imaginemos a dos opinadores, un hombre y una mujer, en un entorno público, intercambiando palabras cargadas de malicia. Sus expresiones, marcadas por el desprecio, delatan su intención: dañar la reputación de otros. Sus opiniones no son reflexiones fundamentadas, sino invectivas, juicios carentes de sustento que buscan herir.

Según Kant, estos juicios serían meras opiniones, insuficientes en ambos sentidos.Subjetivamente, no parten de una convicción sincera ni de un deseo de verdad, sino de pasiones oscuras como la envidia o el rencor.
Objetivamente, carecen de evidencia que las respalde, convirtiéndose en ataques vacíos que, sin embargo, tienen el poder de influir en la percepción social.
Lo más revelador es que estos opinadores no son un dechado de virtudes. Ellos mismos, llenos de defectos y maldades, proyectan sus juicios desde una posición moralmente cuestionable.
Kant nos invita a cuestionar la validez de tales opiniones: si no están ancladas en la razón ni en la ética, ¿qué legitimidad tienen para moldear la reputación de otros?
La respuesta es clara: ninguna. Sin embargo, en un mundo donde las palabras circulan con rapidez, estas opiniones insuficientes pueden causar estragos, alimentando rumores y prejuicios que afectan vidas.
La lección kantiana es un recordatorio de la necesidad de buscar el conocimiento verdadero, basado en la razón y la evidencia, y de desconfiar de juicios que, como los de estos opinadores, solo buscan dañar sin fundamento. Solo así podremos construir una sociedad más justa y reflexiva. Ese es, El Meollo del Asunto.