La discusión del Presupuesto del próximo año dejó algo más que números, porcentajes y partidas etiquetadas: dejó claro quién conduce hoy el rumbo político del estado. Más allá del ruido mediático y del previsible pataleo de algunos sectores de la iniciativa privada, el resultado fue exactamente el que desde un inicio planteó el secretario de Hacienda, José de Jesús Granillo, ante el Congreso. Y eso, en política, rara vez es casualidad.
El presupuesto aprobado refleja disciplina financiera, prioridades bien definidas y una estrategia cuidadosamente armada desde el Ejecutivo. Salud, seguridad, educación y obra pública se mantuvieron como ejes centrales, aun en un contexto económico complicado y bajo presiones externas que buscaban reconfigurar el equilibrio de las finanzas estatales. No hubo improvisación ni concesiones de último minuto: hubo conducción.
Durante semanas se intentó posicionar la narrativa de que el ajuste en cargas o la distribución de recursos representaría un “golpe” para el sector productivo. Pero en el terreno donde realmente se decide —el Congreso— la historia fue distinta. La operación política fue efectiva, quirúrgica y, sobre todo, ordenada. Se construyeron mayorías, se contuvieron intentos de desfondar el paquete económico y se cerró filas en torno a la propuesta enviada por el Ejecutivo.
Ahí es donde se entiende el fondo del asunto. No se trató únicamente de aprobar un presupuesto, sino de enviar un mensaje político claro: el gobierno tiene control, interlocución y rumbo. La gobernadora Maru Campos no solo defendió su proyecto financiero, también dejó claro que su administración no gobierna a golpe de presión ni bajo chantajes públicos.
El Congreso jugó su papel, pero lo hizo alineado a una estrategia mayor. Hubo diálogo, sí, pero también límites. Y en política, saber poner límites es ejercer poder. Lo ocurrido confirma que el Ejecutivo no está a la defensiva y que la agenda del estado no se define desde comunicados empresariales ni desde mesas de presión.
En pocas palabras, en la discusión presupuestal no hubo vencedores accidentales. Ganó quien tenía el control del tablero. Y hoy, guste o no a algunos, quedó claro quién manda en Chihuahua.
Trapitos, ausencias y baños estratégicos

Los diputados de oposición
Como si fuera costumbre —y, la neta, ya lo es— el paquete económico estatal volvió a sacar los trapitos al sol. Y con ellos, las consabidas deslealtades, sospechosismos y miradas de “yo no fui” entre diputadas y diputados, justo cuando el dinero empieza a oler a fin de año
Relució el clásico jaloneo político a la chihuahuita, ese donde la lealtad se mide no con discursos, sino con votaciones… sobre todo cuando hay tres mil millones de pesos en la mesa. Ahí es cuando hasta el más firme revolucionario empieza a sentir ganas urgentes de ir al baño.
Resulta que el Grupo Parlamentario de Morena no tardó ni un parpadeo en pedirle a la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia que le echara lupa a las diputadas Edith Palma Ontiveros y Rosana Díaz Reyes. El pecado original: haberse ausentado justo a la hora buena, cuando se votaba el crédito millonario.
Las malas lenguas dicen que fue coincidencia. Las peores, que alguien se estaba haciendo el paro. Y las más crueles aseguran que fue un baño demasiado largo para tiempos de austeridad.
Pero la historia no terminó ahí. La diputada juarense Rosana Díaz —con ese estilo barrio fino, versión Chaveña— no se quedó callada y soltó la frase que nunca falla en política: “El que nada debe, nada teme”. Traducido: aquí no pasa nada, pero todos están nerviosos.
Según Díaz, todo es puro agravio colectivo y linchamiento interno. Que tanto ella como Edith Palma están más que puestas para aclarar cualquier “malentendido”, aunque el malentendido tenga ceros de más. Jura y perjura que jamás le dio la espalda ni al pueblo de Chihuahua ni a la Cuarta Transformación.
Dice que los registros hablan por sí solos, que no votó a favor de lo que ahora le quieren colgar y que, para rematar, sí estuvo presente en la sesión. Vamos, que salió tantito, pero volvió. Una ausencia mínima, no premeditada, de esas que pasan cuando uno se distrae… o cuando la votación quema.
Para cubrirse con chaleco antibalas político, asegura que dejó por escrito una reserva en la Secretaría de Asuntos Legislativos, marcando sus condiciones sobre el endeudamiento público. O sea, no voté, pero sí dejé recado.
Eso sí, la grilla se soltó como greña en kermés. Díaz y Palma Ontiveros sienten que dentro del mismo movimiento les aventaron el linchamiento político, y no piensan quedarse calladas. “Mi lealtad es con el pueblo, no con intereses ni simulaciones”, remata Díaz, lista para defender la 4T a capa y espada… aunque sea desde la antesala.
Al coordinador de Morena, Cuauhtémoc Estrada, no le quedó otra más que salir a apagar el incendio con gasolina light. Explicó a los medios chihuahuitas que aquí nadie llega al pleno a votar como se le da la gana, aunque a veces lo parezca.
Dijo que antes de cada sesión hay reunión previa, con café de oficina incluido, donde se discute todo: quién habla, quién calla y cómo se vota. Nada de improvisaciones, pues. Democracia organizada, versión Morena.
Los 12 estaban al inicio, pero justo cuando se discutía el tema más espinoso —la deuda— empezaron las ausencias. Casualidades del destino. Y como para ese punto se necesitaba mayoría calificada, el pleno se convirtió en juego de las sillas: el que alcanzó, votó; el que no, explicó después.
Al final, cada quien sacará sus conclusiones. Si fue jugada maestra, error de cálculo o simple mala suerte. Lo único seguro es que, en el Congreso, cuando se acerca el cierre de año, siempre hay sorpresas, lealtades a prueba… y cuentas que, tarde o temprano, alguien tendrá que pagar.
Cuando la culpa siempre es del mensajero

Lilia Aguilar
La propietaria del Partido del Trabajo en Chihuahua —porque dirigente suena a cargo y lo suyo ya es franquicia—, Lilia Aguilar Gil, optó por el recurso más viejo del manual político: culpar a los medios de comunicación. Como si reportar los hechos fuera el verdadero pecado y no la ausencia de su diputada local, Irlanda Márquez, justo en la votación del crédito por tres mil millones de pesos.
Para la también diputada federal, el problema no fue que su legisladora no estuviera sentada en su curul cuando más se necesitaba, sino que la “noticia” haya sido precisamente esa inasistencia. En su peculiar lógica, los medios debieron aplaudir a quienes levantaron la mano para endeudar al estado y guardar silencio sobre quienes brillaron… pero por ausencia.
En el mismo costal metió a las diputadas de Morena, Roxana Díaz Reyes y Edith Palma Ontiveros, como si el pecado compartido se diluyera entre más nombres aparezcan en la lista. Total, si faltaron varias, que ninguna cargue con la cruz completa.
Pero el argumento no pasa de ser una cortina de humo. Una maniobra para evadir —o de plano no explicar— por qué su diputada decidió no estar presente en una votación clave, una ausencia que, casualmente, permitió que el PAN y sus aliados alcanzaran la mayoría calificada necesaria para autorizar el empréstito. Coincidencias que cuestan miles de millones.
El estilo no sorprende. Es el de siempre: culpar a todos menos a los propios, disparar contra el mensajero, hacerse la sorprendida y evitar la incómoda autocrítica. Porque aceptar errores implica asumir costos políticos, y eso parece ser justo lo que nadie quiere pagar.
Al final, los números no mienten, aunque incomoden. Y por más que se intente cambiar el foco, la realidad es terca: sin esas ausencias estratégicas, la historia del crédito pudo haber sido otra. Pero claro, eso no es culpa de los medios… aunque a algunos les gustaría que así fuera.


